viernes, 16 de septiembre de 2016

Bálsamos




Al final de la carretera vislumbró, diluidas en un espejismo provocado por el calor, unas construcciones precarias que  parecían constituir un pequeño núcleo habitado. Apretó el paso anhelando poder descansar cuanto antes.



Acallado el resuello producido a consecuencia del repecho final, resguardada bajo la única sombra existente junto al  bar de la plazoleta, contempla a un individuo que camina, seguido muy de cerca por un mugriento perro.  

Le resulta difícil estimar su edad,  por lanzar una conjetura apuesta que bordea los sesenta. Porta una mochila de lona, y por atavío  una camiseta de color indefinido rotulada con un eslogan borroso y un pantalón tejano; cubren sus pies unas botas de marcha cuarteadas y resecas. Recoge su pelo ralo en una coleta; Las zonas de su rostro que no oculta una barba silvestre, ofrecen un bronceado de tono cobrizo.

Cruza una breve mirada con el desconocido y la joven experimenta una sensación extraña e inefable, una suerte de revelación.

La escena, que se le antoja onírica y brumosa, abre en su imaginación un pasadizo que la sumerge en evocaciones y reflexiones habitualmente entorpecidas por el tráfago.


Acuden a su conciencia frases del diálogo perteneciente a una novela leída recientemente (1):

- Y eso que íbamos a cambiar el mundo.


- El mundo es como el clima [...]. No se puede cambiar. Ni moldear. Pero te moldea a ti.


Cuando abandona sus cavilaciones, ve al misterioso caminante alejarse.


¡El trago amargo de la lucidez!

Mientras busca un pasaje subrayado en un gastado libro reflexiona sobre la conveniencia de tener a mano bálsamos para calmar  el dolor de la certidumbre,  para aliviar el vacío...







(1)  "La isla de los cazadores de pájaros" (Peter May).


No hay comentarios:

Publicar un comentario

¿Tú cómo lo ves?