"He vivido unos días de silencio, de augusto silencio. Ni chirriar de cigarras, ni gorjear de pájaros, ni balar de ovejas, y, sobre todo, nada del rumor enloqueciente de las atareadas o alborotadas muchedumbres humanas".
(Miguel de Unamuno)
Sostiene un café humeante entre las manos. A través de los
vapores que emanan de la taza, de las errantes volutas, observa con
cierta aprensión el ordenador portátil que reposa sobre el escritorio. No ha
abierto su tapa en las últimas semanas. Desde aquel día.
Había anochecido. Sobre el denso
silencio reinante en la habitación se perfilaba el zumbido emitido por el ventilador del viejo aparato, funcionando a
plena potencia para tratar de refrigerar el procesador sometido a una elevada y continua demanda de actividad. Como por
descuido reparó en la fecha del correo que acababa de recibir. En un rápido cálculo constató que prácticamente había transitado el otoño recluida en casa, evidencia que la sumió en la zozobra. Súbitamente experimentó cómo
el calor irradiado por el silicio se trasladaba a su propio cuerpo. Fue una
llamarada vívida y abrumadora que casi le cortó la respiración, imprimiendo un feroz
redoble a su corazón. Una ráfaga de ideas inconexas se adueñó de su conciencia.
En un impulso de supervivencia se abalanzó sobre la ventana abriéndola con
furia, se apoyó en el alféizar boqueando para buscar con desespero el aire gélido
del exterior. Transcurridos unos instantes, ralentizados en su
percepción, en pugna por serenarse se dejó caer exánime en la cama. Una imagen
remanente fija en su pensamiento: la fina arena del tiempo goteando inexorable entre
sus manos apretadas, derramándose a sus pies, bajo la atenta mirada de una
gárgola de sonrisa grotesca. Después, únicamente la oscuridad y un
duermevela angustioso.
Se levantó aturdida antes del amanecer. Trastabillando entre el cúmulo de envases
vacíos de comida preparada y vasos de plástico, sorteando el desorden, se dirigió a
la ducha. Un aguijonazo de inquietud le sobrevino al
observar de refilón su propia silueta, irreconocible, reflejada en el espejo. Bajo el agua trató de evocar su vida anterior, tan distinta. Acopió la escasa motivación y la energía de que disponía...
Ahora, tras el retorno, frente al fuego que comienza a caldear la
estancia, toma conciencia de los músculos de su cuerpo, cincelados por el
esfuerzo sostenido. Sus facciones traslucen
el efecto salutífero de su estancia prolongada al aire libre. En su mente diáfana, se ha instalado el anticiclón dispersando la nubosidad provocada
por la anhedonia. Regresa de los caminos tras reencontrarse con los antiguos
hábitos dormidos en su memoria,
impregnada de sutiles aromas,
reconfortada por el aire fresco y húmedo,
vigorizada por el rasponazo de
los elementos.
Veloz intento de compensar el tiempo derrochado, de recobrar la
lucidez y la esperanza…