sábado, 12 de marzo de 2016

Un lejano resplandor


Tenía un oficio extraño y raro. Pintaba líneas blancas en el suelo. Todo el día pintando líneas. Líneas que separaban. Líneas que unían. Líneas continuas, discontinuas e intersecciones. Su vida era una línea. Soñaba con una línea. Cualquier línea recta que veía le hacía sacar de forma inconsciente el metro del bolsillo y la medía. Al comer, guardaba la línea. Al escribir, no se salía de la línea. Al señalar una dirección, siempre en línea recta. Un día por error, la línea se torció, trato de arreglarla y terminó en un círculo. Había descubierto por casualidad un nuevo objetivo.


Riotogablio (“El oficio”)




La cinta blanca, velada por las hebras de niebla, serpeaba retorciéndose en sucesivos zigzags, enroscándose hacia las cimas que cerraban  el valle. Tras varias horas al volante, rodando sobre la pista  cubierta por una fina capa de nieve, se había sumido en un estado hipnótico permeable únicamente a las notas procedentes del equipo de sonido, que mantenía con el volumen al mínimo para favorecer la concentración precisa: From Darkness de Avisshai Cohen Trio. 

Anochecía cuando coronó el puerto. Allí no había rastro de bruma. El cielo aparecía diáfano. Era un emplazamiento perfecto y recóndito a cuya localización había consagrado muchas jornadas.  

Apartó el coche de la carretera y lo orientó convenientemente. Localizar su objetivo hacia el oeste fue sencillo. Montó el equipo, conectó el portátil y tras consultar los indicadores, efectuó los ajustes oportunos y activó el temporizador a tres minutos, finalizados los cuales, mientras el programa procedía al apilado y procesado de los datos, contempló con fruición el lejano resplandor, jugueteando con una miríada de ideas subyugantes.

Unos pitidos intermitentes la reclamaron. Al observar el monitor, lo que a simple vista era un insignificante punto brillante había adoptado una forma esférica definida. Esbozó una sonrisa al constatar que por mero azar en la imagen aparecía nítidamente el tránsito de una de las lunas del planeta - Europa, según comprobó en las tablas de predicción publicadas en la web de astronomía que consultaba habitualmente - y su sombra proyectada sobre la superficie gaseosa.

En virtud de una circunstancia denominada técnicamente oposición, protagonizada por el Sol, la Tierra y Júpiter, las condiciones para observar al gigante del sistema solar,  rey supremo del panteón romano,  eran especialmente favorables esos días, por encontrarse unos cuantos millones de kilómetros más cerca.

Antes de desconectar el ordenador ejecutó una animación que había guardado por curiosidad: en ella se realizaban sucesivas comparaciones, primero entre los planetas del sistema solar, en el caso de la Tierra y Júpiter la diferencia de tamaño resultaba apabullante. Posteriormente se constataba la insignificancia del Sistema Solar en el conjunto de la Vía Láctea que a su vez aparecía diminuta al lado de otras galaxias fotografiadas por el telescopio Hubble. Un punto entre miles parpadeaba en otra imagen cuando detuvo la presentación: la galaxia UDF-423 a 10.000 millones de años luz. 

Su ánimo no estaba especialmente proclive a la reflexión en aquellos momentos, pero al tratar de imaginar la distancia que la separaba de aquella vibración del universo, una extraña serenidad se adueñó de su conciencia, un latido de lucidez que la proyectó a su vez a un puñado de años luz de la brega cotidiana en la que, por cuestiones que consideraba irrelevantes, se consumían tantas vidas a su alrededor. Sí, una vez más la terapia astronómica ponía las cosas en su lugar...