jueves, 23 de abril de 2015

Diletante














¡Cuántas veces había escuchado la misma recriminación!

Su memoria recaló frente a la tarde lluviosa y lenta de una primavera lejana, las nubes amontonadas y turbias deslizándose veloces a través de la ventana de la cafetería. Mientras compartían  una cerveza y un cigarrillo, Mario, su más apreciado compañero de la universidad, exasperado por su actitud, le lanzó una descarga cerrada que impactó certera en la línea de flotación de su amistad:

- Eres una diletante. No te entiendo. Asistes a todas las clases, incluso lees con fruición la bibliografía no obligatoria recomendada por los profesores, tus agudas preguntas contrastan con la  atonía de los demás alumnos… Y una semana antes de los exámenes arrinconas los apuntes, desapareces y te dedicas a vagar de aquí para allá.

- En la calles, en los parques, en las librerías o en los cines,  en cualquier lugar fuera de estos muros exánimes, palpita la vida.

- Ya me sé esa milonga. Estamos terminando la carrera. No es momento para romanticismos ni filosofías de vía estrecha. Podrías obtener unas notas brillantes, pero claro, tú quieres ser distinta,  aunque para ello tengas que zambullirte en la mediocridad.


Esther, con la vista velada y fija en el horizonte, donde los últimos contornos de la Ciudad Universitaria se fundían en pinceladas azul cobalto con las estribaciones de la Sierra, comprendió que el tiempo de la complicidad con su amigo tocaba a su fin.

Aquel día, aunque intuía el significado del término, al llegar a casa lo primero que hizo, de pie sobre el charco de agua que formaban sus ropas mojadas, fue consultar en el diccionario la definición  precisa.

diletante.

(Del it. dilettante, que se deleita).
1. adj. Conocedor o aficionado a las artes, especialmente a la música. U. t. c. s.
2. adj. Que cultiva algún campo del saber, o se interesa por él, como aficionado y no como profesional. U. t. c. s. U. t. en sent. peyor.

Resultaba evidente que Mario, con toda la intención, había utilizado la palabra otorgándole un sentido peyorativo, con sus connotaciones de ocioso, holgazán, indolente… Sin embargo ella se sentía partícipe del origen etimológico del término: "que se deleita".

Desde que tenía conciencia, siempre se había sentido marginal, una rareza estadística. En su infancia de niña inquieta y traviesa, durante la época del instituto, eclosión de luz ante sus ojos incrédulos, período feraz y cosmopolita opacado por las intromisiones de sus padres y profesores; finalmente ya adulta, menospreciada por tantos…

Dotada de una ávida curiosidad innata,  casi todo le interesaba. Cuando descubría una nueva faceta que despertaba su atención se volcaba en investigarla, con denuedo, sin escatimar esfuerzo. Se documentaba concienzudamente, practicaba con constancia, y cuando adquiría un relativo dominio de la disciplina, habitualmente la abandonaba, no por pereza o hastío sino porque consideraba que ya no podía extraer satisfacción y disfrute de ella con la intensidad de los primeros días, y para entonces no era infrecuente que  otras cuestiones demandaran su atención.

Consideraba que alcanzar la maestría en un ámbito excluía, por mera limitación de tiempo, el acceso a una terra incognita  de la que no podía hacer abstracción. Sus tendencias naturales la inclinaban a rehuir la excelencia,  a cambio  de poder diversificar sus habilidades en el océano de una realidad inconmensurable.


Bastantes años después, en el trayecto hacia el trabajo a bordo del autobús de línea, ante la visión de la decadencia postindustrial presidida por una nubosidad  arrebolada, sostenía entre sus manos uno de sus clásicos preferidos de la literatura de montaña: “Los conquistadores de lo inútil”  de Lionel Terray (1921-1965).



Cuando lo descubrió, en una tarde de vagabundeo por las librerías del centro, pensó que el título definía con precisión su propia personalidad. Después, al abandonarse a su lectura, comprobó con arrobo que el texto no se limitaba  al relato autobiográfico de las peripecias de un montañero; el autor había delineado algunos rasgos propios que lo caracterizaban con asombrosa precisión, desgranando ciertas reflexiones que, de inmediato reconoció,  podía asumir como propias, lo que acrecentó su deseo de indagar en la vida de un personaje hasta entonces desconocido.

Unos papelitos sobresalían entre las páginas, en los cuales con una caligrafía apresurada remarcada por un rotulador de efecto fosforescente, unas breves notas acotaban sus referencias en torno al contenido de los diferentes pasajes, en los que había subrayado algunos párrafos.



Aprovechó que disponía de unos minutos para su relectura:

Doce años /  traslado  a Chamonix. Ya percibía en su interior…

 “un alma atormentada y una gran sensibilidad. Ya desde entonces veía con claridad la bajeza, la vulgaridad y la monotonía del mundo, y soñaba apasionadamente encontrar una existencia más noble, más libre y más generosa”.

Ante el espectáculo de las montañas del macizo del Mont Blanc donde…

 “adiviné inmediatamente que éstas me permitirían disfrutar alegrías, acariciar sueños (…)

 sentí (…) el valor que tendrían para mí estos frutos inútiles, que no se recogen en el barro, sino en un joyero de belleza y luz



Reflexiones vitales: el valor intrínseco de la acción…


una actividad no es más noble por el hecho de ser más lucrativa” (…) “lo más importante era la acción y no su precio; porque la acción, en sí misma, posee un valor

Reflexiones vitales: ideales vs. subsistencia…

Mi vida no ha sido más que un largo y delicado equilibrio entre la acción gratuita, que correspondía al ideal de mi juventud, y la honorable prostitución, que aseguraba mi pan cotidiano. ¿Qué espíritu vulgar puede pretender que la prostitución útil valga más que las hazañas gratuitas?



Reflexiones vitales: la amistad…


La amistad es para mí algo infinitamente valioso, pero pienso que, al igual que todo lo verdaderamente valioso, sólo se da en raras ocasiones. La amistad no se concede a cualquier persona simplemente porque con ella se haya compartido el peligro, el dolor, el placer y la pena. Como el amor, es un poderoso sentimiento que debe ser cultivado con esfuerzo. Como el amor, si se desarrolla demasiado deprisa y demasiado a menudo, pierde color hasta el punto de convertirse simplemente en una simpatía empalagosa”.

Reflexiones vitales: los periodos alejado de la montaña…

Todo lo que me rodeaba me parecía pequeño, feo, mediocre y monótono. (…) De nuevo sentía la necesidad de lanzarme al gran juego, y lo hacía”.


Descripción sobrecogedoramente bella: la muerte  de Louis Lachenal, su compañero habitual de escalada.  Del todo a la nada…



"Pero el destino no quiso que él, que había consagrado su vida a la montaña terminara sus días mediocremente, pisando el suelo de los demás hombres. Una mañana de otoño en la que soplaba un aire fresco y el sol lucía intensamente, se sintió atraído por el viento de las cimas. Como en los grandes días, dejó atrás a los seres y las cosas y, con un amigo al que arrancó a la fuerza de las cálidas sábanas, subió a lo alto. Cuando, encontrándose en un glaciar en el que cada año se deslizan miles de esquiadores, se abandonó a la borrachera de bailar sobre la nieve envuelto en brillantes torbellinos de polvo blanco, se abrieron los labios de una grieta oculta. En un instante, aquel hombre que parecía invulnerable por haber desafiado impunemente a la muerte, ya no era más que una masa de carne y huesos, una masa inerte y rota.


Sus deseos, la vejez, el sosiego…

 “Si en realidad no hay ninguna roca, ningún serac, ninguna grieta que me esté esperando en algún lugar del mundo para detener mi carrera, llegará un día en el que, viejo y cansado, encontraré la paz entre los animales y las flores. El círculo quedará cerrado, y por fin seré el simple pastor que añoraba ser en mis sueños de niño”.



Ahora recreaba en su imaginación al niño Terray en el aula, ausente de las aburridas lecciones escolares carentes de estímulo. Apreció su valor para defender un carácter y una sensibilidad singulares frente al camino previsible que a priori le reservaba el destino, su fortaleza, a pesar de las concesiones ineludibles impuestas por la mera necesidad de subsistencia.


La presencia de un compañero detuvo su cavilación. Llegaba su relevo.

Inmóvil, exangüe, delatando en su rostro un cansancio infinito que arraigaba en todo su ser, contempló unos instantes, antes de dirigirse al vestuario, el desfile interminable de las piezas metálicas a través de la cadena de montaje.










La cadena nunca se detiene. Ella, convertida en una pieza más, bien lo sabía.

Para infundirse valor, recordó las palabras de Lionel Terray:

“¡No soñéis con una vida fácil! ¡No pidáis una tarea que esté a la medida de vuestras fuerzas! ¡Pedid, más bien, que vuestras fuerzas estén a la altura de vuestros deberes!”.


Como transfigurada en una pequeña heroína, se sintió revitalizada por el eco de las palabras que le llegaban desde la eternidad, notó que su cuerpo recobraba lentamente el vigor y se encaminó al exterior en busca de aire fresco. 

¡La cadena nunca se detiene! A pesar de todo no se dejaría arrastrar pasivamente...




Lionel Terray (1921-1965)

Alpinista contemporáneo de Gastón Rebuffat, Louis Lachenal y Maurice Herzog.

Abrió las primeras rutas absolutas al Fitz Roy (Patagonia, Andes, Argentina, Chile), Chacraraju (Cordillera Blanca en los Andes Peruanos), Jannu (Nepal, Himalaya,  7710 m.), Makalu (Himalaya, Nepal, China, 8463 m.) o Mont Huntington (Alaska). De su actividad en los Alpes destacan la primera repetición de la Norte del Eiger y la Vía Cassin al Piz Badile, ambas con Louis Lachenal. 

En 1950 participa en la expedición francesa al Annapurna, en la que renuncia a la cima para asegurar el descenso de Herzog y Lachenal. Fallece a los 44 años en un accidente de escalada. Destacan la osadía de sus retos y la pasión inmensa con la que vive cada una de sus ascensiones.



Louis Lachenal en brazos de Terray a su regreso de la expedición al Annapurna



viernes, 17 de abril de 2015

Distintas formas de mirar el agua














Al final va a ser verdad que todo se reduce a unas imágenes, a unos paisajes que nos marcaron, a unas personas que nos acompañarán por siempre incluso cuando ya no estemos en este mundo para recordarlas. Eso es la vida.

"Distintas formas de mirar el agua"
Julio LLamazares , Alfaguara (2015)















Es ley de vida, como se dice. Unos se van y otros vienen, unos desaparecen y otros los sustituyen y así será mientras haya mundo. Por eso hay que disfrutar de la primavera, y de las nubes, y de los pájaros, y hasta de la belleza de este pantano que esconde, como todo, algo siniestro, pero que es una maravilla como paisaje, y por eso hay que aprovechar cada minuto de nuestro tiempo, que se va a toda velocidad, en lugar de regodearse en el dolor de lo que perdemos. O de lo que perdimos hace ya mucho.

"Distintas formas de mirar el agua" 
Julio Llamazares, Alfaguara (2015)




domingo, 12 de abril de 2015

Escapada







Recibió el cambio que le entregaba el panadero y se despidió, esbozando una sonrisa, con un breve gesto de asentimiento.

-    Hasta mañana Itziar.

-    Hasta luego Rafa.

Traspasó el umbral del obrador y se introdujo en una mañana de primavera indecisa. El sol de abril se mostraba tímido, tamizado por las nubes que velaban un cielo acariciado por  el ligero viento del norte que aleteaba a intervalos.

Había transitado por una semana que prefería olvidar lo antes posible; los días se le amontonaron desde el mismo lunes, en un tráfago que había sembrado el desasosiego en su ánimo.

El sábado no se presentaba mejor. A pesar de ser su día de libranza en el hotel, la tarde anterior el jefe, clavando en ella el vacío y la indiferencia de su mirada de psicópata, componiendo  un rictus cuya visión desaconsejaba una negativa, le había endosado el encargo de recibir a un grupo de turistas que llegaría en torno a las cuatro de la tarde. ¡ Otro día perdido !



Atravesaba el viaducto en dirección  a Las Vistillas. Se detuvo y admiró el horizonte inmenso que se ofrecía ante ella. A pesar de las mamparas antisuicidas cuya construcción fue perpetrada años atrás por unos regidores carentes de sensibilidad estética e investidos de un paternalismo ramplón, el lugar ofrecía una de las vistas más espectaculares de Madrid. Al fondo el perfil inconfundible de la Sierra, donde las últimas manchas de nieve retrocedían doblegadas por la subida de las temperaturas que devolvería inexorablemente a la cadena montañosa su característico perfil glauco.

Comenzó a identificar los accidentes del relieve. Se fijó en el alto de Las Guarramillas, el punto más occidental del cordal de la Cuerda Larga, popularmente La Bola del Mundo, para los montañeros simplemente La Bola. Sabía que en el año 1959 entró en funcionamiento el repetidor de televisión ubicado en su cumbre. En las pantallas en blanco y negro de la época, lo había visto en un documental, aparecía un globo terráqueo y sobre él, en el centro de España unas antenas en forma de cohete que emitían ondas semicirculares. Probablemente ése sería el origen de la nomenclatura alternativa que había acabado por eclipsar el nombre oficial, conocido únicamente por unos pocos.

Una idea súbita le iluminó la sonrisa. Lanzó una mirada rápida al reloj y se encaminó con decisión hacia su coche, estacionado en las inmediaciones. Arrojó las barras de pan al asiento del acompañante y enfiló  la autovía de La Coruña.

Tras una hora escasa de trayecto estacionó el vehículo en el aparcamiento semivacío del Puerto. Extrajo de la guantera el reproductor de música, e imbuida por el admirable vigor de la trompeta de un Kenny Wheeler octogenario se lanzó hacia el camino de Las Cabrillas.

Rodeada por montañeros enfundados en prendas técnicas, su indumentaria urbana: pantalón vaquero, sudadera de felpa, playeras y auriculares, suponía un curioso contraste sobre el fondo alpino.




Ahora, la suela lisa de sus zapatillas le dificultaba el avance por el tramo final del recorrido, oscurecido por la niebla que ascendía desde la Garganta del Infierno en hilachas grisáceas. Apartándose de la traza abierta se detuvo a contemplar los últimos neveros.




A partir del siglo XVII y especialmente durante el XVIII y XIX se consolidaron las rutas de la nieve, que abastecían a las ciudades de tan preciado elemento. Imaginó las recuas de mulas camino del Puerto de Navacerrada, transportando los enormes y níveos fardos  prensados y recubiertos de paja, desde los pozos de nieve situados  junto a los ventisqueros, como el de La Condesa que tenía ante sí.




La boira se dispersó súbitamente, como su ensoñación. Vislumbró en lontananza las torres de la Plaza de Castilla, recordó su obligación laboral y comprendió que era el momento de emprender el regreso. 

Caminaba serena. Su pequeña e improvisada aventura había resultado un reconfortante bálsamo para cicatrizar la herida infligida por una semana calamitosa...





martes, 7 de abril de 2015

Gabriel García Tassara








Cumbres de Guadarrama y de Fuenfría,
Columnas de la tierra castellana,
Que, por las nieves y los hielos, cana,
La frente alzáis con altivez sombría:

Campos desnudos como el alma mía,
Que ni la flor ni el árbol engalana:
Ceñudos al nacer de la mañana,
Ceñudos al morir de breve día.

Al fin os vuelvo a ver tras larga era:
Os vuelvo a ver con el latido interno
Del patrio amor que vivo persevera.

Para mí y para vos llegó el invierno:
Para vos tornará la primavera,
Mas mi invierno ¡ay de mí! será ya eterno


                       Gabriel García Tassara (Sevilla 1817-Madrid 1875),


miércoles, 1 de abril de 2015

Notas sostenidas en el aire





Habían consumido, en base a un juicio temerario, una enorme porción de su tiempo vital persiguiendo una quimera, tratando de establecer el cerco que atrapara en su interior los volátiles vapores de la felicidad. El azar, el destino, antes de asestar el zarpazo definitivo,  les habría lanzado avisos reiterados, trazando en la piel de muchos de  ellos  indelebles cicatrices que deberían haber alentado la intuición del peligroso error de concepto que los ofuscaba.

Por su parte, no sería partícipe de esa transacción: el  bienestar futuro, incierto e ilusorio al precio del dolor presente y tangible.

Aguzar la observación, apartar la tupida maraña de prejuicios y extraer del caos unas pocas leyes esenciales,  bien es cierto que no infalibles, resultaba perentorio.



Reflexionaba sobre estas cuestiones sentada ante una cerveza mediada en una terraza del paseo marítimo. La bonanza de la primavera incipiente, propiciaba la presencia de numerosos viandantes a los que observaba distraída, abandonado definitivamente el libro sobre la mesa. En ocasiones le llegaban retazos de conversaciones desde las mesas más próximas que la sacaban de su ensimismamiento.


En el rostro de algunas personas que tenía frente a sí, pensó, se reflejaba la evidencia de que, por muchos años que vivieran,  ya habían ejecutado las últimas notas de su partitura, postreras vibraciones que, sostenidas, únicamente esperaban su disolución en el aire, en la nada…