¡Cuántas veces había escuchado la misma recriminación!
Su memoria recaló frente a la tarde lluviosa y lenta de una primavera lejana, las
nubes amontonadas y turbias deslizándose veloces a través de la ventana de la cafetería. Mientras
compartían una cerveza y un cigarrillo, Mario, su más apreciado compañero
de la universidad, exasperado por su actitud, le lanzó una descarga cerrada que impactó certera en la línea de flotación de su amistad:
- Eres una diletante. No te
entiendo. Asistes a todas las clases, incluso lees con fruición la bibliografía
no obligatoria recomendada por los profesores, tus agudas preguntas contrastan
con la atonía de los demás alumnos… Y
una semana antes de los exámenes arrinconas los apuntes, desapareces y te
dedicas a vagar de aquí para allá.
- En la calles, en los parques, en
las librerías o en los cines, en
cualquier lugar fuera de estos muros exánimes, palpita la vida.
- Ya me sé esa milonga. Estamos terminando la carrera. No es momento para romanticismos ni filosofías de vía estrecha. Podrías obtener
unas notas brillantes, pero claro, tú quieres ser distinta, aunque para ello tengas que zambullirte en la
mediocridad.
Esther, con la vista velada y fija en el horizonte, donde los
últimos contornos de la
Ciudad Universitaria se fundían en pinceladas azul cobalto
con las estribaciones de la Sierra, comprendió que el tiempo de la complicidad
con su amigo tocaba a su fin.
Aquel día, aunque intuía el significado del término, al llegar a
casa lo primero que hizo, de pie sobre el charco de agua que formaban sus ropas
mojadas, fue consultar en el diccionario la definición precisa.
diletante.
(Del it. dilettante, que se
deleita).
1. adj. Conocedor o aficionado a las artes, especialmente
a la música. U. t. c. s.
2. adj. Que cultiva algún campo del saber, o se interesa
por él, como aficionado y no como profesional. U. t. c. s. U. t. en
sent. peyor.
Resultaba evidente que Mario, con toda la intención, había utilizado la palabra otorgándole un
sentido peyorativo, con sus connotaciones de ocioso, holgazán, indolente… Sin
embargo ella se sentía partícipe del origen etimológico del término: "que
se deleita".
Desde que tenía conciencia, siempre se había sentido marginal, una rareza estadística. En su
infancia de niña inquieta y traviesa, durante la época del instituto, eclosión
de luz ante sus ojos incrédulos, período feraz y cosmopolita opacado
por las intromisiones de sus padres y profesores; finalmente ya adulta,
menospreciada por tantos…
Dotada de una ávida curiosidad innata,
casi todo le interesaba. Cuando descubría una nueva faceta que
despertaba su atención se volcaba en investigarla, con denuedo, sin escatimar
esfuerzo. Se documentaba concienzudamente, practicaba con constancia, y cuando
adquiría un relativo dominio de la disciplina, habitualmente la abandonaba, no
por pereza o hastío sino porque consideraba que ya no podía extraer
satisfacción y disfrute de ella con la intensidad de los primeros días, y para
entonces no era infrecuente que otras cuestiones demandaran su atención.
Consideraba que alcanzar la maestría en un ámbito excluía, por
mera limitación de tiempo, el acceso a una terra incognita de la que no
podía hacer abstracción. Sus tendencias naturales la inclinaban a rehuir la excelencia, a cambio de poder diversificar sus habilidades en el océano de una
realidad inconmensurable.
Bastantes años después, en el trayecto hacia el trabajo a bordo del
autobús de línea, ante la visión de la decadencia postindustrial presidida por
una nubosidad arrebolada, sostenía entre
sus manos uno de sus clásicos preferidos de
la literatura de montaña: “Los conquistadores de lo inútil” de Lionel Terray (1921-1965).
Cuando lo descubrió, en una tarde de vagabundeo por las librerías del centro, pensó que el título definía con precisión su propia personalidad. Después, al abandonarse a su lectura, comprobó con arrobo que el texto no se limitaba al relato autobiográfico de las peripecias de un montañero; el autor había delineado algunos rasgos propios que lo caracterizaban con asombrosa precisión, desgranando ciertas reflexiones que, de inmediato reconoció, podía asumir como propias, lo que acrecentó su deseo de indagar en la vida de un personaje hasta entonces desconocido.
Unos papelitos sobresalían entre las páginas, en los cuales con una caligrafía apresurada remarcada por un rotulador de efecto fosforescente, unas breves notas acotaban sus referencias en torno al contenido de los diferentes pasajes, en los que había subrayado algunos párrafos.
Aprovechó que disponía de unos minutos para su relectura:
Doce años / traslado a Chamonix. Ya percibía en su interior…
“un alma atormentada y una gran sensibilidad. Ya desde entonces veía con claridad la bajeza, la vulgaridad y la monotonía del mundo, y soñaba apasionadamente encontrar una existencia más noble, más libre y más generosa”.
Ante el espectáculo de las montañas del macizo del Mont Blanc
donde…
“adiviné
inmediatamente que éstas me permitirían disfrutar alegrías, acariciar sueños
(…)
“sentí (…) el valor que tendrían
para mí estos frutos inútiles, que no se recogen en el barro, sino en un joyero
de belleza y luz”
Reflexiones vitales: el valor
intrínseco de la acción…
Reflexiones vitales: ideales vs. subsistencia…
“Mi vida no ha sido más que un largo y delicado equilibrio entre la acción gratuita, que correspondía al ideal de mi juventud, y la honorable prostitución, que aseguraba mi pan cotidiano. ¿Qué espíritu vulgar puede pretender que la prostitución útil valga más que las hazañas gratuitas?”
Reflexiones vitales: la amistad…
“La amistad es para mí algo infinitamente valioso, pero
pienso que, al igual que todo lo verdaderamente valioso, sólo se da en raras
ocasiones. La amistad no se concede a cualquier persona simplemente porque con
ella se haya compartido el peligro, el dolor, el placer y la pena. Como el amor, es
un poderoso sentimiento que debe ser cultivado con esfuerzo. Como el amor, si
se desarrolla demasiado deprisa y demasiado a menudo, pierde color hasta el
punto de convertirse simplemente en una simpatía empalagosa”.
Reflexiones vitales: los periodos alejado de la montaña…
“Todo lo que me rodeaba me parecía pequeño, feo, mediocre y
monótono. (…) De nuevo sentía la necesidad de lanzarme al gran juego, y lo
hacía”.
Descripción sobrecogedoramente bella: la muerte
de Louis Lachenal, su compañero habitual de escalada. Del todo a la nada…
"Pero el destino no quiso que él, que había consagrado su vida a la montaña terminara sus días mediocremente, pisando el suelo de los demás hombres. Una mañana de otoño en la que soplaba un aire fresco y el sol lucía intensamente, se sintió atraído por el viento de las cimas. Como en los grandes días, dejó atrás a los seres y las cosas y, con un amigo al que arrancó a la fuerza de las cálidas sábanas, subió a lo alto. Cuando, encontrándose en un glaciar en el que cada año se deslizan miles de esquiadores, se abandonó a la borrachera de bailar sobre la nieve envuelto en brillantes torbellinos de polvo blanco, se abrieron los labios de una grieta oculta. En un instante, aquel hombre que parecía invulnerable por haber desafiado impunemente a la muerte, ya no era más que una masa de carne y huesos, una masa inerte y rota.
Sus
deseos, la vejez, el sosiego…
“Si en realidad no
hay ninguna roca, ningún serac, ninguna grieta que me esté esperando en algún
lugar del mundo para detener mi carrera, llegará un día en el que, viejo y
cansado, encontraré la paz entre los animales y las flores. El círculo quedará
cerrado, y por fin seré el simple pastor que añoraba ser en mis sueños de niño”.
Ahora
recreaba en su imaginación al niño Terray en el aula, ausente de las aburridas lecciones
escolares carentes de estímulo. Apreció su valor para defender un carácter y
una sensibilidad singulares frente al camino previsible que a priori le
reservaba el destino, su fortaleza, a pesar de las concesiones ineludibles
impuestas por la mera necesidad de subsistencia.
La presencia de un compañero detuvo su cavilación. Llegaba su
relevo.
Inmóvil, exangüe, delatando en su rostro un cansancio infinito que
arraigaba en todo su ser, contempló unos instantes, antes de dirigirse al
vestuario, el desfile interminable de las piezas metálicas a través de la
cadena de montaje.
La cadena nunca se detiene. Ella, convertida en una pieza más,
bien lo sabía.
Para infundirse valor, recordó las palabras de Lionel Terray:
“¡No soñéis con una vida fácil! ¡No pidáis una tarea que
esté a la medida de vuestras fuerzas! ¡Pedid, más bien, que vuestras fuerzas
estén a la altura de vuestros deberes!”.
Como transfigurada en una pequeña heroína, se sintió revitalizada por el eco de las palabras que le llegaban desde la eternidad, notó que su cuerpo
recobraba lentamente el vigor y se encaminó al exterior en busca de aire fresco.
¡La cadena nunca se detiene! A pesar de todo no se dejaría arrastrar pasivamente...
Lionel Terray (1921-1965)
Abrió las primeras
rutas absolutas al Fitz Roy (Patagonia, Andes, Argentina, Chile), Chacraraju (Cordillera Blanca en los Andes Peruanos), Jannu (Nepal, Himalaya, 7710 m.), Makalu (Himalaya, Nepal, China, 8463 m.) o Mont Huntington (Alaska). De su
actividad en los Alpes destacan la primera repetición de la Norte del Eiger y
la Vía Cassin al Piz Badile, ambas con Louis
Lachenal.
En 1950 participa en la expedición francesa al Annapurna, en la que renuncia a la cima para asegurar el descenso de Herzog y Lachenal. Fallece a los 44 años en un accidente de escalada. Destacan la osadía de sus retos y la pasión inmensa con la que vive cada una de sus ascensiones.
Louis Lachenal en brazos de Terray a su regreso de la expedición al Annapurna