lunes, 29 de diciembre de 2014

Pinar solemne del Guadarrama






¡ Pinar gallardo que junto al río
oyes en linfa cantar tu fama;
pinar serrano, pinar bravío,
pinar solemne del Guadarrama!

¡ Pinar de corzos y peñascales,
pinar de abruptos despeñaderos,
pinar de helechos y manantiales,
pinar de sendas y ventisqueros!

Oír le brindas a tus debotos
de un gran silencio la maravilla...
Desde las Navas hasta los Cotos
y en los collados de Cercedilla.

Innumerable fuentina clara,
que las enhiestas cimas esquiva...
¡Vertebraciones de Peñalara,
de Siete Picos y Marichiva!

¡Mar de los pinos majestuoso,
eres del verde la sinfonía
en las Revueltas y en el Ventoso
y en los declives de la Fonfría!

Pinar gallardo que oyes al río,
sin vanidades cantar tu fama!
¡Pinar serrano! ¡Pinar bravío!
¡Pinar solemne del Guadarrama!


Luis Andrés Hernández González (Canciones de la Mañana, 1929)






jueves, 25 de diciembre de 2014

Gabriela Mistral




Pedazo a pedazo, la montaña es sorprendente; pero lo más querido de cuanto ella nos regala son su manera de luz y su manera de aire . . . Y vine a entender cuando viví sin ellas, que aquella luz no solamente orna un valle, sino que nutre a las criaturas y que aquel aire generoso y seco acicatea al pesado y al vivo lo pone en una vibración prodigiosa.

 (Gabriela Mistral)


La urna de la atmósfera, en que las cosas parecen guardadas para durar, estando más desnudas que en ninguna parte, aproxima la montaña y hace unos juegos prestidigitadores con la distancia; la maravilla está ahí, a una jornada, y se cree tocarle las grescas del lomo y las quiebras del casco crinado. No hay tal; los costurones, las arruguitas que se miran desde abajo, son unas serranías de recorrer en meses y unos valles mayores que el nuestro. La luz acérrima, que le confiesa todos los accidentes y la recorta con una brutalidad gloriosa, nos permite creer a los del valle, que vivimos entre sus pechos y que vivimos siempre a sus pies, o más debajo de ellos, pues al cabo están bien escondidos al igual que los pies de las vírgenes, cuyo manto arrastra.

 (Gabriela Mistral)

viernes, 19 de diciembre de 2014

El viento que impulsa la vida

Umbrío por la pena, casi bruno,
porque la pena tizna cuando estalla,
donde yo me hallo no se halla
hombre más apenado que ninguno.

Sobre la pena duermo solo y uno,
pena es mi paz y pena mi batalla,
perro que ni me deja ni se calla,
siempre a su dueño fiel, pero importuno.

Cardos y penas llevo por corona,
cardos y penas siembran sus leopardos,
y no me dejan bueno hueso alguno.

No podrá con la pena mi persona,
rodeada de penas y cardos,
¡cuánto penar para morirse uno!

(Miguel Hernández)




Avanzaban en silencio sobre las dunas de nieve que la ventisca  había formado a su capricho.  Atravesaron el bosque con la ilusión desbordada por recibir un nuevo invierno, paladeando el privilegio de estar vivos, de sentir el frío acerado sobre el rostro, envueltos por una prístina quietud rasgada tan solo por sus propios pasos. Bajo la atmósfera límpida del amanecer contemplaban, entre la expectación y la sorpresa, cada detalle de la orografía, a cuyos contornos el reciente nevazo otorgaba una dimensión inédita y sublime.

La marcha se prolongó hasta bien entrada la mañana. Coronaban ya la solitaria cima desde la que se dominaba, en cualquier dirección, un amplio panorama. Al fondo se elevaba una columna de humo que procedía del pequeño chozo ubicado en la cumbre. Cruzaron sus miradas y con un gesto de asentimiento aceleraron el paso para culminar la subida.

Se aproximaron a la entrada, percibiendo ya desde el exterior la animación que reinaba en el refugio. Al abrir la puerta, el bullicio cesó súbitamente, reanudándose de inmediato, como una pieza musical tras un breve silencio. Se acomodaron mientras   respondían a los  saludos de los compañeros, que entre bromas y parabienes  les ofrecían algo de bebida, y algún alimento.




El grupo, reunido un año más al calor de la chimenea, compartía unas pocas claves inefables, un sentimiento tácito, suficiente para  elevar un suceso circunstancial  al rango de impulso vital. 




Ainara observó brevemente el cielo rutilante a través de la pequeña ventana, mientras degustaba el sabor rotundo del licor que le habían servido. Después cerró los ojos para escuchar en su interior con atención.  Ahora, el reverbero obsesivo de los sonidos de la ciudad, la vorágine semejante a la distorsión sucia producida por una  guitarra eléctrica, el zumbido inquietante que siempre la perseguía, había quedado muy lejos, como perteneciente a una vida remota, apenas un murmullo imperceptible a punto de diluirse, al fin, por completo. En su mente el viento  que impulsa la vida, propicio, comenzaba a soplar con fuerza...








Y que yo me la lleve al río
creyendo que era mozuela,
pero tenía marido.
Fue la noche de Santiago
y casi por compromiso.
Se apagaron los faroles
y se encendieron los grillos.
En las últimas esquinas
toqué sus pechos dormidos,
y se me abrieron de pronto
como ramos de jacintos.
El almidón de su enagua me
sonaba en el oído,
como una pieza de seda
rasgada por diez cuchillos.
Sin luz de plata en sus copas
los árboles han crecido,
y un horizonte de perros
ladra muy lejos del río.

Pasadas las zarzamoras,
los juncos y los espinos,
bajo su mata de pelo
hice un hoyo sobre el limo.
Yo me quité la corbata.
Ella se quitó el vestido.
Yo el cinturón con revólver.
Ella sus cuatro corpiños.
Ni nardos ni caracolas
tienen el cutis tan fino,
ni los cristales con luna
relumbran con ese brillo.
Sus muslos se me escapaban
como peces sorprendidos,
la mitad llenos de lumbre,
la mitad llenos de frío.
Aquella noche corrí
el mejor de los caminos,
montado en potra de nácar
sin bridas y sin estribos.
No quiero decir, por hombre,
las cosas que ella me dijo.
La luz del entendimiento
me hace ser muy comedido.
Sucia de besos y arena,
yo me la lleve del río.
Con el aire se batían las
espadas de los lirios.

Me porté como quien soy.
Como un gitano legítimo.
La regalé un costurero
grande de raso pajizo,
y no quise enamorarme
porque teniendo marido
me dijo que era mozuela
cuando la llevaba al río.


(Federico García Lorca, La casada infiel)

viernes, 12 de diciembre de 2014

Pensamientos al aire





Con frecuencia, los celajes nublados y brumosos, sacándola del adusto sosiego resplandeciente, adormecido, en que suele mostrarse a pleno sol, al mediodía, simulan pensamientos enigmáticos que pasan por las rocas, haciendo su expresión más interesante. Sin llegar nunca a la heroica melancolía del Pirineo [...], la sierra carpetana se pone entonces pensativa [...].

(Constancio Bernaldo de Quirós, 1923)





viernes, 5 de diciembre de 2014

Escepticismo





Se demoró unos instantes en la contemplación de aquel rostro, repasó con detenimiento sus rasgos a la búsqueda de referencias, tratando de vislumbrar  una orografía conocida que le permitiera ubicarse.

Descubrió la dureza en la expresión, una mirada reconcentrada y retadora, el tajo de la voz seca que tras arrojar una andanada de palabras lacerantes, no aflojaba ni un ápice su tensión. Tras su escrutinio no halló rastro del tiempo de los océanos abiertos, de los cielos inmensos, únicamente una noche cerrada, plúmbea y eterna. 
 
No hubo sorpresa, solo el escepticismo que constituía su misma esencia y un cansancio infinito...