Comienza una nueva jornada laboral para los que todavía
conservamos el empleo. Miro a través de los cristales el pedazo de cielo
visible desde mi mesa, deseando que el
tiempo que empleamos en mover esta
absurda noria transcurra rápido.
Los dirigentes, cuyos gobiernos padecemos en la mayoría de las
sociedades llamadas desarrolladas, se han conjurado desde hace muchos años para
maltratar a los ciudadanos que, en un insólito ejercicio de sumisión, les han entregado confiadamente su propio
destino y, por supuesto, también a los que, conscientes de con qué sujetos
tratan, les niegan el voto, aunque desgraciadamente tengan que padecer las
consecuencias de sus desmanes. Nunca en la Historia ha sido de otro modo.
Dicen que no hay trabajo para todos, pero, a los que sí lo
tienen, los quieren encadenados, en un régimen laboral medieval.
Los analistas oficiales nos presentan profundos estudios acerca de las causas y consecuencias
de lo que llaman “crisis”, la cual se nos presenta como una suerte de virus que
nos ha infectado, a cuya cuenta se cargan todas las medidas que han planificado
durante décadas, y que hoy, por fin, pueden implantar en las “democracias”
occidentales. Muchos ciudadanos, buenas personas, que únicamente desean vivir
en paz, no comprenden cómo hemos podido llegar a esta encrucijada: los mejores
expertos, formados en las mejores escuelas de negocios y universidades no
pueden equivocarse de modo tan estrepitoso. Y tienen razón, no es que no vean
lo que cualquiera con un mínimo de juicio ve, lo que muchos comentábamos en las
tertulias informales con los amigos. ¿Cómo los grandes talentos de la
programación y la estrategia han podido errar el rumbo?
Hay una razón que da cuenta de esta paradoja: sus objetivos y
los nuestros no son los mismos. Los gobernantes no pretenden una sociedad donde
imperen la igualdad, la justicia, la democracia…Y todos esos grandilocuentes
principios inspiradores que continuamente manejan impúdicamente en sus discursos.
Sencillamente, desean que el mundo siga siendo lo que siempre ha sido: unos pocos
privilegiados, viviendo a costa de la
sangre y la vida de todos los demás. Ellos y los suyos no necesitan cambio alguno.
No conciben mundo mejor que el que siempre han disfrutado, presidido por la
avaricia, la codicia, la hipocresía y la carencia de cualquier guía ética.
Pero, de algún modo, los tiempos han cambiado, y al menos por
aquí no está bien visto confesar de modo abierto de qué va esto, hay que
disimularlo todo bajo un halo de instituciones, derechos, defensa del bien
común…
Los argumentos que creíamos fantasías propias de novelas de
ciencia ficción se han convertido en algo cotidiano, y los ciudadanos
“idiotizados” por el
sistema socioeducativo, asisten inermes e impasibles al derrumbe de todo lo que
con tanto esfuerzo y tantas vidas muchos han tratado de construir durante
siglos, mientras teclean una vacuidad
tras otra en su móvil de última generación.
¿Qué se puede hacer? ¿Qué
hago yo?
Al menos tratar de mantenerme lúcida. Hay que mirar cara a cara y tratar de analizar y comprender
qué está pasando, dónde nos llevan, quién es responsable y de qué.
Mantener un juicio propio, no el del periodista, el del director espiritual, o el del político de turno, que sirven al mismo
amo.
Después, pues depende de en qué tramo del ciclo vital se
encuentre cada uno, de qué posibilidades disponga, de qué energía, de la
personalidad… De tantos factores.
En lo que a mí respecta, actúo como una alpinista que
lejos de las cumbres más altas del planeta, se dedica a otras escaladas más
modestas, pero no exentas de dificultad: con todo lo que he aprendido y
desaprendido, con concentración, intento no perder pie, ir avanzando paso a paso por esta larga ladera
helada. He instalado mis propios seguros: las salidas por montaña a correr o
andar, los libros, la música, un puñadito de amigos y compañeros de vida, los viajes…
Confío en que me sujeten si resbalo. Entre tanto procuro echar una mano,
en la medida de mis posibilidades, al resto de compañeros de cordada que lo
estén pasando mal, pero esto, desgraciadamente no siempre es posible.
Metas más ambiciosas, corresponden a los más jóvenes, y a los
que en las primeras décadas de vida viven ya anestesiados por los entretenimientos,
y los ciberopiáceos que esta sociedad les administra, ajenos ya a todo y a
todos. Los demás ya estamos amortizados para el sistema, cuando no triturados
por él… Nada le debemos ya.
¿Duro y egoísta? Leed el
BOE, si queréis asistir a una auténtica sesión de sado.
Aire, para nuestros maltrechos corazones...
El aire que nos quieren arrebatar estos desalmados,
El aire del viento libre de los valles de Hecho y Ansó.