miércoles, 27 de noviembre de 2013

Refugios del Guadarrama












A través del ventanuco las hilachas de niebla se desplazan veloces, se reagrupan y ocultan el roquedo que, de cuando en cuando, se descubre de través durante unos instantes, fantasmagórica presencia vislumbrada en la brumosa mañana.  
En la  reducida  estancia, en los irregulares anaqueles de sus muros, junto a herrumbrosas sartenes, reposan algunos víveres y enseres de fortuna:  latas de conserva, un cabo de vela, un viejo mechero...

 Ya comienza a  templarse el ambiente al compás de las llamas de la vieja estufa, que tras varias bocanadas de humo, ha estabilizado  su combustión.





Ahora la cabaña sufre un estremecimiento que nos recuerda su precario armazón, azotada en un crescendo del viento que interpreta sus notas más altas.

 Una figura embozada, frota sus manos y las aproxima al fuego tratando de paliar una rigidez causada por el frío que los gruesos guantes no han podido evitar.

En el banco de la derecha, su joven compañera, con el cabello corto y fosco, y los ojos fijos en el suelo, sostiene un tazón de té  que lanza al aire detenido caprichosas formas de un humo tenue y evanescente, como esos penachos de nubes que con frecuencia, incluso en los días de verano, emergen tras una alta cima.

De espaldas, un tercer hombre observa cómo en el exterior  la ventisca agita la escasa vegetación,  complacido por la progresiva sensación de bienestar que experimenta.

 Hay, en el alféizar de la ventana, junto a un bolígrafo, un húmedo cuaderno, en el que los ocasionales visitantes han dejado constancia de su paso. El hombre de la ventana, comienza a pasar sus páginas, sintiéndolas frías y mojadas. Letras de distintos tamaños, algunos dibujos, ciertos párrafos ya borrosos que plasman  las impresiones y sentimientos que experimentaron sus autores. Cuando alguna frase llama su atención, la lee en voz alta dirigiéndose a sus acompañantes. Descubre, con una sonrisa, anotaciones ya olvidadas que él mismo realizó meses atrás.







La figura más próxima a la chimenea ofrece un trago de vino a los demás, que aceptan complacidos  el reconfortante y espeso líquido rojo que mana del curtido cuero de la bota.

Se disponen a reponer fuerzas, dando cuenta de diversos alimentos que han ido aportando al trozo de banco desvencijado que oficia como mesa.
Y a medida que la conversación adquiere presencia, se alejan, como si pertenecieran a otra vida remota, cualquier reminiscencia  del pasado o inquietud por  el futuro...

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