Estar sentado el menor tiempo posible; no dar crédito a ningún
pensamiento que no haya nacido al aire libre y pudiendo nosotros movernos con
libertad, a ningún pensamiento en el cual no celebren una fiesta también los
músculos. [...] La carne sedentaria […]
es el auténtico pecado contra el espíritu.
(Friedrich Nietzsche, “Ecce Homo”).
Asistió
a la luz crepuscular que preludiaba el orto, respiró los contornos acerados de
las cumbres, acarició el profuso bosque que guarnecía el valle, y cuando las
nubes volanderas se entretejieron con su piel sintió acrecentarse la llama que alentaba su pecho.
Durante toda la jornada caminó con fruición,
inasequible a los arañazos del agotamiento. No iba en pos de una identidad,
siempre contaminada por la obligación social de ser alguien, sencillamente
deseaba destilar lo esencial, descartar lo irrelevante, integrarse en el flujo de la vida.
Ya
en penumbra, cuando todo quedó reducido
a una impresión, a un rumor de fondo, a una intuición que denominó la vibración
de lo eterno, y que para ella carecía de cualquier connotación religiosa o mística, sumida en un sereno estado de clarividencia, las preocupaciones que hasta entonces la acechaban se le antojaban infundadas, y tuvo la certeza de que nada de lo que había temido podría sucederle...