martes, 31 de diciembre de 2013

Encuentro de Navidad


 Todo comenzó hace un par de años. De manera absolutamente espontánea, por pura casualidad. Varios grupos, en total unas 30 personas, coincidimos el mismo día (el sábado antes de Navidad) en uno de los refugios más emblemáticos de la Sierra de Guadarrama. Durante un par de horas compartimos conversación, risas, buenos deseos y algunos propósitos para el año siguiente. También la alegría de estar inmersos en este magnífico entorno que constituye la naturaleza, la montaña. Apretujados en el minúsculo espacio, aquel día era frío, haciendo hueco para los que iban llegando, sintonizando la misma frecuencia. Al despedirnos, de manera tácita, quedamos citados para el año siguiente.

Es una sencilla anécdota que nos aportó una reserva de buenas sensaciones con las que alimentarnos cuando llegue el tiempo gris.
  
Hace unos días hemos celebrado la tercera edición de nuestro “encuentro”.


 Ojalá nos esperen muchas más. ¡Hasta el año próximo!






martes, 17 de diciembre de 2013

Brillos








La mirada, hasta ese momento errática, planeando sobre los veladores del quiosco de la plaza se detiene, como por descuido,  en una mesa próxima.

Doy un sorbo a la cerveza. Ciertas coincidencias, algunas similitudes, me transportan a otro tiempo...

Imágenes en tropel escapan del recóndito  lugar en que  reposaban hibernadas, igual que a través de una  grieta gotea el agua.
                                                               
La vi por primera vez  aquella tarde en el refugio. Compartía mesa con dos chicos que charlaban animadamente. Ella,  25 años según su ficha, absorta en la pantalla luminosa que sujetaba con ambas manos.




- ¡Hola! Soy Jana, vuestra guía.

- ¡Hola! Respondieron casi al unísono los dos.

- ¿Qué tal, Berta? Pregunté, tratando de atraer su atención.

Sin apartar la vista del móvil en el que tecleaba a gran velocidad, componiendo una leve mueca de contrariedad, por todo saludó me contestó: en seguida termino, que he pillado cobertura y quiero enviar un whatsapp.
 
Mal empezamos... Pensé.
 
- Supongo que os han entregado el material, inquirí mientras enumeraba los elementos mínimos necesarios.
 
- ¿Lo tenéis todo? Los dos amigos contestaron afirmativamente cuando se encontraron nuestras miradas.
 
- ¿Tenéis experiencia en este tipo de actividad?
 
Me explicaron que no eran novatos, aunque evidenciaban cierta inquietud. Preferían afianzar sus conocimientos, contar con la seguridad que  aporta un guía con capacidad técnica, que conoce cada detalle del recorrido, antes de plantearse otros retos más ambiciosos. Les comenté que el reciente invierno había depositado bastante nieve sobre el glaciar, ocultando las fracturas del hielo, cuya tortuosa vida latía bajo la aparente uniformidad de la superficie.
 
- No os preocupéis, traté de tranquilizarlos; el trazado que seguiremos no presenta grandes dificultades, aunque no debemos perder de vista que transitaremos por un espacio de alta montaña en condiciones invernales. No debemos bajar la guardia. Hay un pequeño tramo un poco más delicado, pero lo tenemos equipado, y es razonablemente seguro. Ahí especialmente, contaréis con mi ayuda. Nos uniremos con dos compañeros que llevan otro grupo, para pasar todos juntos.
 
Es importante que sigáis en todo momento nuestras recomendaciones de seguridad. Mañana y pasado los dedicaremos a ejercitar y afianzar los conocimientos básicos; el miércoles realizaremos la travesía del glaciar.





Los despedí emplazándolos - a las seis ¡arriba! - para el día siguiente entre murmullos de protesta por el madrugón.
 
Entre tanto, la joven, ajena a la conversación, continuaba deslizando sus dedos por el teclado.

- Berta, ¿tienes cinco minutos? Me gustaría hablar un momento contigo.

- Sí, claro. Respondió depositando el aparato sobre la mesa con un suspiro de resignación.

Por primera vez contemplé: sus ojos grises y fríos bajo unas cejas apenas intuidas, la izquierda atravesada por un pearcing rematado con dos bolitas plateadas,  su rostro ingenuo, de atractiva palidez y perturbadora armonía, con la nariz adornada de anillas ,  la asimetría de su pelo negro, rasurado caprichosamente.



Cuando percibió mi desconcierto, sus labios,  el inferior perforado por un arete metálico, se curvaron esbozando una sonrisa que me animó a continuar.

- No sé si te has enterado de lo que hemos hablado.

-   Sí, te he atendido.

-  ¡Ya! Si me permites un consejo, sería mejor que mañana dejases todos esos adornos aquí, - señalé trazando círculos con un dedo sobre mi propia cara - podrían causarte problemas durante los ejercicios.  Ya sabes, el viento, el frío, el casco, toda la parafernalia… Podrían engancharse y provocarte heridas…

-   Me lo pensaré.

-   Como quieras. Es mi obligación avisarte.

- ¿Por qué  has elegido esta actividad?
  
-  A pesar  del cansancio, del esfuerzo para llegar, aquí  me siento bien,  libre... El mundo queda en un lugar indeterminado, lejos, ajeno a mí. No pienso en otra cosa; el presente absorbe totalmente mi atención. Basta dejar que todo fluya. 



- No son malas razones, pero a partir de mañana nos espera mucho más: esfuerzo, cansancio... Y está la cuestión técnica. ¿Conoces el equipo? ¿Lo has utilizado antes?

- ¡Bueno! Algo; a mi aire. De vez en cuando acompaño a algún amigo en sus salidas.

- ¿Qué tal andas de forma física?

- Hasta los quince años asistí, por imposición de mis padres, a clases de ballet; tres horas semanales. Nos daban bastante caña ¿sabes? ¡Cómo llegué a odiarlo! Ahora, por naturaleza, y quizá por la costumbre, no puedo parar quieta, necesito moverme, y salgo a patinar cuando tengo un rato.


-  No hay tanta diferencia como pudiera parecer entre el  alpinismo y el ballet, ambos requieren concentración, equilibrio, coordinación, elasticidad, resistencia, ejecutar cierta coreografía…  

Manifestando mis dudas, con evidente falta de habilidad según juzgué a posteriori, le solté: entonces ¿estás decidida a subir?

La joven acusó el golpe, y con voz crispada me lanzó una andanada de preguntas: ¿para qué crees que he venido? ¿Para rajarme antes de empezar? ¿Qué pasa? ¿Quieres deshacerte de mí?  Y una conclusión: no te fías.

Traté  de reconducir el diálogo:

- No es eso. No me malinterpretes. Sólo quiero  comprobar que tienes claro dónde te metes. En caso contrario, podría resultarte una auténtica tortura.

- Quiero probar.

- De acuerdo. Únicamente, recordarte lo que antes advertí a tus compañeros: sigue mis recomendaciones en todo momento. Es muy importante para la seguridad del grupo.

-
  ¡No me ralles!  Lo he entendido.

- ¡Bien! Ahora, mejor será que nos retiremos a dormir; hay que madrugar. ¡Hasta mañana!

Se despidió con un seco adiós, deslizándose como una sombra camino de la sala de actividades, dejándome a solas, rumiando mi inquietud y mi torpeza mientras la observaba alejarse, su silueta moldeada por la ropa técnica recortándose sobre las brasas de la chimenea.
 

                                                

La travesía se desarrolló sin incidentes dignos de mención. Berta,  en abierta contradicción con mis expectativas, se empleó  con toda la fuerza de su juventud, sin una protesta, decidida a pasarlo bien, sacando a relucir un coraje no exento de serenidad, muy bien canalizado cuando atravesaba las dificultades propias de los principiantes. A pesar de mi insistencia en instruirla acerca de los rudimentos y maniobras esenciales, sus ocasionales distracciones, embelesada por el soberbio entorno, nos causaron algún susto menor. Afortunadamente los dos chicos se desenvolvían con soltura, eran bastante autónomos, y únicamente reclamaban mi atención de manera  puntual, en algún paso algo más expuesto o complicado ante el que dudaban, por lo que pude mantenerme cerca de ella, cuidándola como a mi propia vida.



La convivencia, intensa,  el progresivo abandono por parte de Berta de su hostil actitud inicial,  disolvieron mi desconfianza inicial, permitiendo que  aflorase su sentido del humor, bien es cierto que un tanto ácido, con el que conecté de inmediato. Una  complicidad creciente, nada forzada, fresca,  facilitada por la intuición  de que compartíamos cierta mirada , se instaló entre ambas.










Caía la tarde cuando avistamos  el tejado del Cuatro Caminos, los últimos arañazos del sol poniente arrebatando destellos a la antena de radio que se elevaba sobre él. Nos detuvimos junto a la entrada, mientras yo comenzaba a liberarme, con familiar tintineo de ferralla, del lastre que suponía todo el material auxiliar que portaba encima.


                                    

 

- Gracias Jana, tía, ha sido maravilloso. Haber subido hasta allí... Todavía ni me lo creo. Me has petao...

-   No hay de qué, Berta.  ¡Estás eufórica!  De eso se trata; Hacemos esto para vivir con intensidad, para que nuestro tiempo, independientemente de su duración, no resulte anodino. 

 - ¡Qué flipe! ¿Cómo puedes manejar todas esas cuerdas y artilugios con tanta precisión?

- Es mi trabajo, lo hago a diario. Entiendo, que te sorprenda, por la puesta en escena, lo majestuoso y sobrecogedor del paisaje que nos rodea, pero no es tan complicado como aparenta,  con la experiencia se automatiza, como todo lo que se aprende, entonces te puedes concentrar en lo importante.



- Qué lujo tenerte cerca, me has salvado el culo varias veces, por lo menos una, ya me piraba, y...  ¡Menudo patio! Como tú dices.

- Siempre, por mirar donde no debes, comenté jocosamente, mientras presionaba con afecto su hombro.

   Tengo un regalo para ti, le dije, mientras  le ofrecía la llave de mi habitación. Los guías tenemos ducha con agua caliente. Ya ves, incluso aquí hay clases…


Alargó la mano, demorando su retirada tras el contacto, casi imperceptiblemente, mientras me ofrecía su mejor sonrisa y una mirada de incredulidad limpia y franca. Me entretuve en su rostro, en las huellas recientes que  el sol, reflejado por   la nieve, le había grabado, en ciertos cambios tan sutiles que no sabría definir.

 -  Cuando termines, se la dejas a Carlos, el guarda.

 - ¡Genial! Eres muy amable. ¡Chao". Nos vemos.

Apelando a mi profesionalidad, recurriendo a una disciplina ya muy debilitada tras la vorágine de impresiones,  pálpitos y sentimientos contradictorios experimentados en los  últimos  días, permanecí clasificando y ordenando el material de escalada, haciendo tiempo hasta que tuve la certeza del regreso de Berta. Con el camino despejado, me dispuse a descansar un rato. 
                                                                
                                                          

Transcurridas un par de horas, la busqué sin éxito por todo el  edificio.

Salí al exterior. La noche, era fresca, pero atemperada por la primavera recién estrenada.

 
Apoyada en la puerta de una de las casetas que se utilizaban como almacén, Berta contemplaba un cielo plagado de chispas. La escasa luz arrancaba, al compás de los movimientos de su cabeza,  brillos metálicos a su piel en penumbra. Me saludó con un amistoso gesto de su mano, característico, que ya le había observado en otras circunstancias. Me aproximé hasta situarme frente a ella.






-  Cierra los ojos y escucha, sin abrirlos, hasta que termine la canción, me ordenó muy seria, mientras encajaba en mis oídos los auriculares. Obedecí.



Conocía la música. Había sonado bastante. Me concentré en la letra.


Noté  el frío del acero de sus labios posados sobre los míos.  Como  a bordo de un tren que atraviesa la estación sin detenerse, un vértigo  de sensaciones en aluvión  me arrastró,  ritmo desbocado y  destellos de  flash. Con la voluntad en suspenso, como  mecida, y los sentidos alerta, me dejé guiar tras sus pasos...
                                                     
 
La música hacía rato que había cesado. Despegué los párpados lentamente, con el temor de alterar algún equilibro desconocido. Tenía su boca muy cerca cuando me susurró: "vente conmigo". Dos palabras que harían girar la rueda de mi destino más de lo que supe adivinar…
                          
 
La plaza ha quedado desierta, la memoria, generosa y balsámica, extiende su manto de brumas sobre los recuerdos alegres de  aquellos días, aunque en  ciertas noches de desasosiego y duermevela, en medio de la oscuridad y el silencio perciba que las viejas heridas vuelven a palpitar, como animales nocturnos… Mientras unos ojos grises y fríos me contemplan fijamente diciendo adiós.




lunes, 9 de diciembre de 2013

La Vall Delay


Abandonamos la calidez del descanso nocturno, tenemos una cita a la que no queremos faltar, en un amanecer gélido de un  otoño que comienza a sentir el aliento del invierno tras de sí.




Un sol vacilante se refleja sobre la estela que algún reactor ha dejado impresa en el cielo, en contraste, el valle permanece sumido en la penumbra, atenazado por la escarcha.


Nos despedimos de estas tierras, siguiendo el mismo ritual con el que celebramos nuestra llegada días atrás.


La balsa exhala un vapor que se eleva lento, pesado como un bloque, y al cabo, se desvanece, se diría que hierve. Los árboles de la huerta, prisioneros en la coraza de la helada, aparentemente inertes, son mudos testigos de nuestro paso, en tanto que percibimos cómo el corazón pugna para que  la sangre se adentre en el  estrecho desfiladero de arterias, venas y músculos contraídos.


Olivos y almendros en los bancales, como si su tiempo se hubiera detenido, sobre un fondo de montes cenicientos. Ruinas milenarias, humo, aire de cristal…






En el  pueblo vecino, cazadores al acecho fuerzan  un cambio de rumbo. Instantes después las detonaciones rasgan el silencio multiplicadas en los ecos de la sierra.



La senda se inclina,  dejamos atrás las calles dormidas, intercambiamos frases entrecortadas por el esfuerzo, silencios cuando el camino se endurece.



Coronamos la subida. La luz tibia nos recibe, asoma sus dedos, trepando tras la cadena de montañas, nos alienta, nos reconforta mientras acompasamos la respiración e iniciamos un suave descenso.



Llaneamos ligeros, al fondo el horizonte, azul sobre gris, se abre en una superposición de planos trazados con gruesas y uniformes pinceladas de colores metálicos y  fríos.


 La Vall. Las abigarradas callejas  aún permanecen desiertas, la mañana se afianza, nosotros decimos ¡hasta pronto! a los campos, como mejor sabemos, acompañándolos, escuchando con suma atención  lo que nos quieran contar… En ellos queda la etérea huella de nuestro paso, la remota vibración de nuestras palabras.










Vuelvo al presente, el té ya está frío. Zappa,  en la lejanía, destila un solo denso, las notas se atropellan,  son sostenidas varios segundos…  Engordan, se hacen pesadas, se retuercen en distorsiones múltiples hasta resultar irreconocibles. Así, nosotros hemos improvisado estos días nuestra propia música, tratando de obviar el espacio y el tiempo… Como filtrando nuestras vidas, nuestra memoria, a través del “delay”…



Delay:

 Es uno de los efectos para guitarra eléctrica más interesantes y potentes; permite una extensa gama de usos muy distintos. Básicamente genera un retardo (delay) en la señal que recibe y sus controles nos permiten manejar el tiempo de ese retardo y el volumen de la señal retardada (qué tan fuerte suena ese retardo),  posee un control de realimentación (feedback) que reintroduce la señal ya retardada al circuito, generando una nueva señal retardada. Muchos delays han introducido además controles que permiten modular levemente la señal retardada (mover la afinación) lo que da origen al flanger (sonido metalizado oscilante)  y al chorus (coro).

Hay tres parámetros que nos dan un amplio abanico de combinaciones. Básicamente podemos controlar el tiempo de retardo de la señal , por ejemplo entre 20 y 800 milisegundos (ms.), su volumen, y finalmente la cantidad de veces que esa señal va a ser realimentada (feedback), y por  ende la cantidad de repeticiones que escucharemos.


 Tiempos de delays muy cortos (20ms a 80ms) y muy poco feedback generan efectos de tipo doubler, la sensación de que hubiera 2 guitarras tocando lo mismo.


Con tiempos de delay entre 80 ms y 300 ms generan un efecto de tipo reverb (reverberación).



                                                                                 ...



Ya con tiempos superiores se percibe más nítidamente la repetición, como un eco…


miércoles, 4 de diciembre de 2013

Paella Trail



Tras la salida, un  sábado o domingo cualquiera, vuelvo a casa a comer. La proximidad de nuestras montañas, hace posible realizar un recorrido largo e intenso y regresar a mediodía, si madrugas. Ahora, voy a dedicarme a lo que para mí constituye un complemento ideal tras la actividad matinal: cocinar una paella.  

La elaboración de este clásico, en las circunstancias descritas, me supone un enorme disfrute durante sus diferentes fases. 

No entraré en prolijas descripciones acerca de la receta en sí, o sus variantes, ya suficientemente conocidas y discutidas. 


Únicamente quiero referirme a la satisfacción que experimento cuando en el fuego se materializa lo que constituye una formidable mezcla de colores, aromas y sonidos: el sofrito de los ingredientes, la carne o marisco, los vegetales… Observar como se transforman, cubrirlo todo con el caldo, el comienzo de la cocción, y por último añadir el arroz cuando todo aquello comienza a tirar en serio, en una explosión de borboteos. 

Con un buen libro en las manos, disfrutando de una copa de vino, vigilo  la evolución del proceso. Cuando el caldo se ha consumido y todos los ingredientes quedan a la vista, apaguemos el fuego, y dediquemos unos minutos a disfrutar visualmente del resultado, intercalando unas páginas más del libro. Ahora el frío es intenso en el exterior, las sensaciones de bienestar se intensifican…  

Buen Provecho.







domingo, 1 de diciembre de 2013

Ya es sábado... A la sierra


Ayer realizamos la habitual salida de los sábados. Madrugamos bastante, incluso más que durante la semana laboral. Esto es algo que muchas de las personas que conocemos no alcanzan a comprender, a veces, tratamos de explicarlo, con escaso éxito. Nuestra experiencia cuando realizamos las actividades que nos gustan, es inimaginable para la mayoría de los que viven al margen de este mundillo. Salir, correr, andar, respirar, el frío, el calor, el “sufrimiento”, el bienestar, ya no son elementos ajenos, en realidad somos nosotros mismos, que  no nos entenderíamos sin estos rasgos,  constituyen nuestra personalidad,   nuestra vida...

           


Tras el desayuno ritual, nos dirigimos al comienzo de nuestro recorrido, elegimos efectuar  uno de nuestros clásicos pero variando el sentido de la marcha y combinando varios de sus tramos de modo diferente al más frecuente. No sentimos demasiado frío, aunque estamos algún grado bajo cero (-5,5 ºC marcaba el coche a las 7,30 h.).

 



Poco a poco se ha ido levantando un viento frío y a rachas fuerte que nos llega desde las cumbres, afortunadamente estamos en una zona arbolada, abrigada, que nos aporta cierta protección. Entre tanto el cielo se ha ido cubriendo.

 Cuando culminamos la subida, paramos para abrigarnos e hidratarnos con el termo de té verde antes de iniciar el descenso, en el cual ya, con el pulso calmado, podemos charlar, filosofar, compartir la alegría de tener nuevamente las baterías cargadas, esbozar futuros planes...


Le dedicamos al asunto casi cuatro horas, a buen ritmo, sostenido pero no extenuante, aproximadamente 900 metros de desnivel positivo y unos 15 km.



Dejamos los trastos en el coche, nos ponemos cómodos, y directos a disfrutar de un reconfortante cocido regado por un Ribera del Duero, junto a la chimenea,   reconfortados por su calor. Nuestra actividad no está reñida, según la concebimos nosotros, con los placeres gastronómicos, de hecho ambos se potencian.


Hoy volvemos pronto a casa… A pesar de nuestra "locura" hay compromisos sociales que cumplimos… 

Ahora, tras la mañana que hemos disfrutado, ya tememos la jornada más que justificada.