Abandonamos la calidez del descanso nocturno, tenemos una cita a la que no queremos faltar, en un amanecer gélido de un otoño que comienza a sentir el aliento del invierno tras de sí.
Un sol vacilante se refleja sobre la estela que algún reactor ha dejado impresa en el cielo, en contraste, el valle permanece sumido en la penumbra, atenazado por la escarcha.
Nos despedimos de estas tierras, siguiendo el mismo ritual con el que celebramos nuestra llegada días atrás.
La balsa exhala un vapor que se eleva lento, pesado como un bloque, y al cabo, se desvanece, se diría que hierve. Los árboles de la huerta, prisioneros en la coraza de la helada, aparentemente inertes, son mudos testigos de nuestro paso, en tanto que percibimos cómo el corazón pugna para que la sangre se adentre en el estrecho desfiladero de arterias, venas y músculos contraídos.
Olivos y almendros en los bancales, como si su tiempo se hubiera detenido, sobre un fondo de montes cenicientos. Ruinas milenarias, humo, aire de cristal…
En el pueblo vecino, cazadores al acecho fuerzan un cambio de rumbo. Instantes después las detonaciones rasgan el silencio multiplicadas en los ecos de la sierra.
La senda se inclina, dejamos atrás las calles dormidas, intercambiamos frases entrecortadas por el esfuerzo, silencios cuando el camino se endurece.
Coronamos la subida. La luz tibia nos recibe, asoma sus dedos, trepando tras la cadena de montañas, nos alienta, nos reconforta mientras acompasamos la respiración e iniciamos un suave descenso.
Llaneamos ligeros, al fondo el horizonte, azul sobre gris, se abre en una superposición de planos trazados con gruesas y uniformes pinceladas de colores metálicos y fríos.
La Vall. Las abigarradas callejas aún permanecen desiertas, la mañana se afianza, nosotros decimos ¡hasta pronto! a los campos, como mejor sabemos, acompañándolos, escuchando con suma atención lo que nos quieran contar… En ellos queda la etérea huella de nuestro paso, la remota vibración de nuestras palabras.
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Vuelvo al presente, el té ya está frío. Zappa, en la lejanía, destila un solo denso, las notas se atropellan, son sostenidas varios segundos… Engordan, se hacen pesadas, se retuercen en distorsiones múltiples hasta resultar irreconocibles. Así, nosotros hemos improvisado estos días nuestra propia música, tratando de obviar el espacio y el tiempo… Como filtrando nuestras vidas, nuestra memoria, a través del “delay”…
Delay:
Es uno de los efectos para guitarra eléctrica más interesantes y potentes; permite una extensa gama de usos muy distintos. Básicamente genera un retardo (delay) en la señal que recibe y sus controles nos permiten manejar el tiempo de ese retardo y el volumen de la señal retardada (qué tan fuerte suena ese retardo), posee un control de realimentación (feedback) que reintroduce la señal ya retardada al circuito, generando una nueva señal retardada. Muchos delays han introducido además controles que permiten modular levemente la señal retardada (mover la afinación) lo que da origen al flanger (sonido metalizado oscilante) y al chorus (coro).
Hay tres parámetros que nos dan un amplio abanico de combinaciones. Básicamente podemos controlar el tiempo de retardo de la señal , por ejemplo entre 20 y 800 milisegundos (ms.), su volumen, y finalmente la cantidad de veces que esa señal va a ser realimentada (feedback), y por ende la cantidad de repeticiones que escucharemos.
Tiempos de delays muy cortos (20ms a 80ms) y muy poco feedback generan efectos de tipo doubler, la sensación de que hubiera 2 guitarras tocando lo mismo.
Con tiempos de delay entre 80 ms y 300 ms generan un efecto de tipo reverb (reverberación).
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Ya con tiempos superiores se percibe más nítidamente la repetición, como un eco…
Un "Delay" de Zapa; la fase aerea de las zancadas; el aroma del arroz cazado con la mano en forma de cuchara; el tiempo conquistado y compartible...: sí, debemos fijarlo con palabras. Incluso con literatura.
ResponderEliminarEsa es la idea, tratar de atrapar lo intangible.
EliminarGracias por la visita.