viernes, 10 de junio de 2016

Mariano. Cabaña Verónica








Con los ojos velados por la emoción, que se le desborda cuando reconoce su caligrafía, observa bajo el sol pleno de verano la placa adosada a la base del refugio.


 1983-2007

 Estoy porteando. Voy con el talkie a la escucha. El guarda C. V. Mariano.













Frente a la puerta cerrada, inicia un breve monólogo:

     - Te debía una, susurra.

    - Que no. Que no estoy llorando. Es el puto orujo. En su mano agita  una pequeña petaca de la que ha bebido un generoso trago en honor a su amigo, o tal vez para enfrentar el vacío y el silencio.

     - Quería venir antes, pero ya sabes…

     - Me enteré por las noticias. ¡Qué ironía! ¡Con lo que te gustaba a ti la notoriedad!
  
-    ¿Sabes? Al final te hice caso y acabé los estudios.

-   Sí. Ya sé que he engordado. ¡Gracioso! Pero hoy no tienes que cargar conmigo, así que no te quejes. Una tenue sonrisa se perfila en sus labios.





Sentada en el banco exterior  observa el pico mientras una ráfaga de aire fresco deshace un penacho de nubes que asciende lentamente, detrás de Horcados Rojos.

Se sirve dos dedos de licor y las imágenes de aquella mañana afloran como el agua de una surgencia:

Era el verano del año 2000. Tiene la certeza de la fecha: sus primeras vacaciones después de cumplir la mayoría de edad. El año anterior ya había propuesto su plan en casa, pero sus padres se opusieron de modo tajante.

- Tú sola, allí arriba. Ni hablar…

A punto de cumplir los diecinueve, con los ahorros obtenidos de su precario trabajo,  avalada por una amiga que perjuró que la acompañaría, pudo llevar a término su pequeña aventura.

Durante todo el día disfrutó del paisaje prístino, demorando el regreso hasta que la tarde comenzó a extinguirse. Cuando inició la marcha, tras un largo rato de inactividad, sintió un agudo dolor en el tobillo que al poco se acentuó haciéndola cojear de manera ostensible. Al parecer la torcedura sufrida horas antes, a la que no había prestado apenas atención, se había complicado.

En el desvío a Cabaña Verónica, un hombre apoyado en unas rocas al borde del camino la observa impasible mientras se aproxima: tiene un aspecto sereno, su rostro y sus brazos intensamente bronceados, la piel curtida por la intemperie. Por encima del cuello de su camiseta de un color desleído  aflora, como una vegetación indómita, una abundante y salvaje pelambrera blanca. Ocultan sus ojos unas gafas anti-ventisca de cristales redondos en cuya superficie espejada se refleja el paisaje lunar que los rodea. 

- Mal te veo para llegar al Cable antes de que cierren.

- He dado un traspié esta mañana y ahora  me cuesta caminar.

- A ver. Te echo un vistazo.

Sus manos ásperas y nudosas examinan con una suavidad paradójica el tobillo que  ella le ofrece con un rictus de aprensión.

- No parece serio, pero será mejor que guardes reposo. Puedes pasar la noche en el refugio y mañana veremos…

-  Sube, que te acerco, le indica aproximándose a ella para que monte a caballito sobre su espalda.

- ¡Venga! No tengas vergüenza. Por cierto, soy Mariano, el guarda de Cabaña Verónica, se presenta mientras la chica, con el rostro bermellón se acomoda.

-   Gracias. Yo soy Celia. ¿Podrás conmigo?

-   Chiquilla, si no pesas nada. Estoy acostumbrado a portear...

Cesa su evocación. La niebla ha cubierto el valle formando un precioso mar de nubes. Se gira y ofrece un brindis en dirección al Tesorero.  Fabula que, fundido para siempre con la caliza que lo abraza, su amigo  le sonríe desde la cumbre, siempre con el "talki" a la escucha...
    









El refugio Cabaña Verónica fue inaugurado el 13 de agosto del año 1961. Promovido por el ingeniero Conrado Sentíes se construyó utilizando la cúpula metálica procedente de la batería antiaérea del portaaviones estadounidense USS Palau, que se encontraba en un puerto vasco para ser desguazado. Se tardaron siete días en montar la piezas que se subieron a lomos de un caballo. Ubicado en un promontorio rocoso entre Horcados Rojos y el pico Tesorero, en el macizo central de Picos de Europa, fue guardado durante 25 años ininterrumpidamente por Mariano Sánchez, hombre muy apreciado por los montañeros habituales de la zona, y por los miembros de los servicios de rescate, alertados frecuentemente  desde su emisora de radio, vital antes de la llegada de la telefonía móvil. Muchos visitantes ocasionales,  lo recordarán en verano ofreciendo bebidas frías en un cruce del camino al collado de Horcados. Mariano falleció en 2008. El 5 de julio de dicho año sus cenizas fueron depositadas en la cumbre del pico Tesorero. En la base del refugio se instaló una placa que reproduce el mensaje manuscrito que solía dejar cuando bajaba al Cable a portear suministros.  Un hombre que nunca buscó la notoriedad, siempre dispuesto a prestar ayuda y que forma parte del imaginario y de la leyenda de los Picos, recordado con cariño y gratitud por muchos. Sus comunicaciones por radio se iniciaban con la siguientes palabras: "Aquí base polar, bastión inexpugnable, nido de águilas humanas y perla acero de la mar cantábrica".