miércoles, 13 de enero de 2016

Cortocircuito


"He vivido unos días de silencio, de augusto silencio. Ni chirriar de cigarras, ni gorjear de pájaros, ni balar de ovejas, y, sobre todo, nada del rumor enloqueciente de las atareadas o alborotadas muchedumbres humanas".

(Miguel de Unamuno)






Sostiene un café humeante entre las manos. A través de los vapores que emanan de la taza, de las errantes volutas, observa con cierta aprensión el ordenador portátil que reposa sobre el escritorio. No ha abierto su tapa en las últimas semanas. Desde aquel día.


Había anochecido. Sobre el denso  silencio reinante en la habitación  se perfilaba el zumbido emitido por el ventilador del viejo aparato, funcionando a plena potencia para tratar de refrigerar el procesador sometido a una elevada y continua demanda de actividad. Como por descuido reparó en la fecha del correo que acababa de recibir. En un rápido cálculo constató que prácticamente había transitado el otoño recluida en casa, evidencia que la sumió en la zozobra.  Súbitamente experimentó cómo el calor irradiado por el silicio se trasladaba a su propio cuerpo. Fue una llamarada vívida y abrumadora que casi le cortó la respiración, imprimiendo un feroz redoble a su corazón. Una ráfaga de ideas inconexas se adueñó de su conciencia. En un impulso de supervivencia se abalanzó sobre la ventana abriéndola con furia, se apoyó en el alféizar boqueando para buscar con desespero el aire gélido del exterior. Transcurridos unos instantes, ralentizados en su percepción, en pugna por serenarse se dejó caer exánime en la cama. Una imagen remanente fija en su pensamiento: la fina arena  del tiempo goteando inexorable entre sus manos apretadas, derramándose a sus pies, bajo la atenta mirada de una gárgola de sonrisa grotesca. Después, únicamente la oscuridad y un duermevela angustioso.

Se levantó aturdida antes del amanecer. Trastabillando entre el cúmulo de envases vacíos de comida preparada y vasos de plástico, sorteando el desorden, se dirigió a la ducha.  Un aguijonazo de inquietud le sobrevino al observar de refilón su propia silueta, irreconocible,  reflejada en el espejo. Bajo el agua trató de evocar su vida anterior, tan distinta. Acopió la escasa motivación y la energía de que disponía...


Ahora, tras el retorno,  frente al fuego que comienza a caldear la estancia, toma conciencia de los músculos de su cuerpo, cincelados por el esfuerzo sostenido. Sus facciones traslucen el efecto salutífero de su estancia prolongada al aire libre. En su mente diáfana, se ha instalado el anticiclón dispersando la nubosidad provocada por la anhedonia. Regresa de los caminos tras reencontrarse con los antiguos hábitos dormidos en su memoria,  impregnada de  sutiles aromas, reconfortada por el aire fresco y húmedo,  vigorizada por  el rasponazo de los elementos.

Veloz intento de compensar el tiempo derrochado, de recobrar la lucidez y la esperanza…