viernes, 25 de julio de 2014

Las nubes (Wislawa Szymborska)






Hace unos días hablaba de nubes. En las últimas semanas me he interesado por la poesía de Wislawa Szymborska, y buscando nuevos poemas  de dicha autora,  he encontrado uno que no conocía y que versa sobre la misma materia:





Las Nubes

Con la descripción de las nubes
debería darme mucha prisa,
en una milésima de segundo
dejan de ser ésas y empiezan a ser otras.

Es propio de ellas 
no repetirse nunca
en formas, matices, posturas y orden.

Sin la carga de ningún recuerdo
se elevan sin problemas sobre los hechos
¡De qué van a ser testigos!,
en un segundo se disipan en todas direcciones.

Comparada con las nubes, 
la vida parece tener los pies sobre la tierra,
se diría que es inmutable y prácticamente eterna.

Frente a las nubes
hasta una piedra parece un hermano
en el que se puede confiar
y las nubes, nada, primas lejanas y frívolas.

Que exista la gente si quiere,
y después que se muera uno tras otro,
poco les importa a las nubes
esas cosas tan extrañas.

Sobre toda Tu vida
y también la mía, aún incompleta,
desfilan pomposas igual que desfilaban.

No tienen la obligación de morir con nosotros.
No necesitan ser vistas para poder pasar.

WISLAWA SZYMBORSKA




viernes, 18 de julio de 2014

Metáfora



Es comprensible que un fenómeno tan simple, tan cotidiano, a nadie llame la atención.

Pero, bien mirado, era afortunada por ser capaz de extraer alegría, plenitud, entretenimiento, sosiego, reflexión... De  la  observación de  algo tan sencillo.

Si no se conociera, si su personalidad fuera frágil, en lugar de estar forjada en la adversidad, y en el avance contracorriente... Si diera crédito a los comentarios de sus amigas, cargados de maledicencia y funestos presagios, incluso dudaría, como en otro tiempo, acerca de su propia estabilidad.

Lo cierto es que su afición se había convertido, de modo subrepticio, en eje vertebrador, y a ella supeditaba muchas decisiones en ámbitos, supuestamente, de mayor relevancia.

Madrugó para recorrer los cientos de kilómetros que la separaban de su objetivo, para dejar atrás cuanto antes el calor de la canícula inclemente, la pestilencia irrespirable de la ciudad. Había consultado los pronósticos meteorológicos por Internet, la evolución prevista de los vientos, su dirección y su grado de humedad. Ciertamente, las condiciones eran propicias. No dudó.

Ascendió hasta el lugar elegido, en el que la arista, inverosímil de tan perfecta, se mostraba frente a ella, se acomodó reclinada entre unas rocas, montó el trípode y dispuso la cámara.

En lugares como aquel había aprendido todo lo que sabía acerca de las vidas fugaces, se le mostró con literalidad el significado de lo efímero, de lo intangible. En la contemplación intentaba asimilar que la existencia es cambio, que nada permanece siempre, comprender que ello no es necesariamente malo. Que lo que parece accesorio, en ocasiones es lo fundamental. Unas pocas claves, en definitiva, de cuya interiorización podía depender que una existencia resultara completa o truncada.

Eran tan libres, como lo son los hombres. El azar... Variables que ejercen su influjo siguiendo unas reglas inextricables... Renunció, una vez más,  a las explicaciones...

Tras el vértice unas leves volutas emergían veloces, al compás del viento, telas de seda que se agitaban, se fundían, adquirían densidad, o se deshacían sin dejar tras de sí vestigio alguno... Como las vidas. 

Embelesada, dejó de notar el contacto de su cuerpo con la tierra, el influjo gravitatorio, el peso de la conciencia...




















viernes, 11 de julio de 2014

Instante


Vivir sin leer es peligroso, obliga a conformarse con la vida, y uno puede sentir la tentación de correr riesgos. (Michel Houllebecq, Plataforma).











Instante 



Camino por la ladera de una verdeante colina.

Hierba, florecillas en la hierba,

como si fuera un cuadro para niños.

Un neblinoso cielo ya azulea.

Una vista sobre otras colinas se extiende en silencio.



Como si aquí nada hubiera de cámbricos, silúricos,

ni rocas gruñéndose las unas a las otras,

ni abismos elevados,

ninguna noche en llamas

ni días en nubes de oscuridad.



Como si no pasaran por aquí llanuras

en febriles delirios,

en helados temblores.



Como si sólo en otros lugares se agitaran los mares

y desgarraran las orillas de los horizontes.



Son las nueve y media hora local.

Todo está en su sitio en ordenada armonía.

En el valle un pequeño arroyo cual pequeño arroyo.

Un sendero en forma de sendero desde siempre hasta siempre.



Un bosque que aparenta un bosque por los siglos de los 

siglos, amén,

y en lo alto unos pájaros que vuelan en su papel de pájaros 

que vuelan.


Hasta donde alcanza la vista, aquí reina el instante.

Uno de esos terrenales instantes

a los que se pide que duren.



Wislawa Szymborska (2002)







viernes, 4 de julio de 2014

Vacío



Cerró la puerta, avanzó unos pasos y se dejó caer exánime sobre el sofá blanco y  gastado que ocupaba un rincón de la estancia. Le había costado un enorme esfuerzo abrir brecha en la incredulidad del recepcionista. Insistió con tenacidad  en repetirle varias veces su inverosímil relato,  al principio con vehemencia y en un último y desesperado intento, tornando la clave hacia tesituras de súplica, engrasando, eso sí, la voluntad que mantenía la férrea negativa de aquél, mediante la entrega de la única posesión que había salvado, una cadena de oro, como fianza. La prenda en depósito concentró la codiciosa mirada del sujeto, y le allanó el camino más que todas las palabras vertidas en un idioma del que tan sólo conocía sus rudimentos, y que la obligaba a recurrir a la mímica para hacerse comprender.


Y ¿Ahora qué? Trató de concentrarse en insuflar algo de vida en sus pulmones, pero las paredes desnudas de la habitación comprimían su respiración. Sus manos, ajenas a la realidad, tanteaban buscando asir el móvil, sentir su presencia tranquilizadora, pero se perdían en  el vacío.

El vacío... Creía haberlo dejado tras de sí. Ahora lo presentía vertiginoso en su futuro inmediato, y simbolizado en el blanco de las paredes de la habitación, en la ausencia de decoración, se le había aferrado a la mente con firmes garras,  la rodeaba anidando entre sus ojos, provocándole un terror indefinible y desasosegante, plasmado en el sudor frío y angustioso que le perlaba la piel...




La revista Science ha publicado recientemente el resultado de varios estudios (Timothy Wilson, Universidad de Virginia) que muestran lo aversivo que resulta para la mayoría de las personas quedarse a solas con sus pensamientos. En esta situación el sujeto no logra concentrarse en nada y se limita a vagar de una cosa a otra de la forma mas improductiva. La experiencia resulta tan desagradable que el 67 % de los hombres y el 25 % de las mujeres (de todas las edades, grupos sociales y niveles de formación) prefirieron recibir una descarga eléctrica, incluso autoadministrada, si con ello ponían fin a su desazón, que en la situación experimental diseñada, no duraría más allá de 10 ó 15 eternos minutos. En palabras de Wilson la mayor parte de la gente prefiere estar haciendo algo, generalmente banal, incluso dañarse a sí mismos, que no hacer nada o sentarse en soledad con sus pensamientos. El investigador no cree que ese horror al vacío sea una consecuencia del ritmo frenético de la sociedad actual, antes bien postula una sed natural de actividad en las personas, que les permitiría mantenerse alejadas de la posibilidad de enfrentarse a su propio pensamiento. Inquietantes resultados que quizá guarden íntima relación con  muchas de las conductas que observamos a diario en nuestro entorno y sus calamitosas consecuencias tanto en el orden personal, político, social...