viernes, 18 de julio de 2014

Metáfora



Es comprensible que un fenómeno tan simple, tan cotidiano, a nadie llame la atención.

Pero, bien mirado, era afortunada por ser capaz de extraer alegría, plenitud, entretenimiento, sosiego, reflexión... De  la  observación de  algo tan sencillo.

Si no se conociera, si su personalidad fuera frágil, en lugar de estar forjada en la adversidad, y en el avance contracorriente... Si diera crédito a los comentarios de sus amigas, cargados de maledicencia y funestos presagios, incluso dudaría, como en otro tiempo, acerca de su propia estabilidad.

Lo cierto es que su afición se había convertido, de modo subrepticio, en eje vertebrador, y a ella supeditaba muchas decisiones en ámbitos, supuestamente, de mayor relevancia.

Madrugó para recorrer los cientos de kilómetros que la separaban de su objetivo, para dejar atrás cuanto antes el calor de la canícula inclemente, la pestilencia irrespirable de la ciudad. Había consultado los pronósticos meteorológicos por Internet, la evolución prevista de los vientos, su dirección y su grado de humedad. Ciertamente, las condiciones eran propicias. No dudó.

Ascendió hasta el lugar elegido, en el que la arista, inverosímil de tan perfecta, se mostraba frente a ella, se acomodó reclinada entre unas rocas, montó el trípode y dispuso la cámara.

En lugares como aquel había aprendido todo lo que sabía acerca de las vidas fugaces, se le mostró con literalidad el significado de lo efímero, de lo intangible. En la contemplación intentaba asimilar que la existencia es cambio, que nada permanece siempre, comprender que ello no es necesariamente malo. Que lo que parece accesorio, en ocasiones es lo fundamental. Unas pocas claves, en definitiva, de cuya interiorización podía depender que una existencia resultara completa o truncada.

Eran tan libres, como lo son los hombres. El azar... Variables que ejercen su influjo siguiendo unas reglas inextricables... Renunció, una vez más,  a las explicaciones...

Tras el vértice unas leves volutas emergían veloces, al compás del viento, telas de seda que se agitaban, se fundían, adquirían densidad, o se deshacían sin dejar tras de sí vestigio alguno... Como las vidas. 

Embelesada, dejó de notar el contacto de su cuerpo con la tierra, el influjo gravitatorio, el peso de la conciencia...




















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