viernes, 4 de julio de 2014

Vacío



Cerró la puerta, avanzó unos pasos y se dejó caer exánime sobre el sofá blanco y  gastado que ocupaba un rincón de la estancia. Le había costado un enorme esfuerzo abrir brecha en la incredulidad del recepcionista. Insistió con tenacidad  en repetirle varias veces su inverosímil relato,  al principio con vehemencia y en un último y desesperado intento, tornando la clave hacia tesituras de súplica, engrasando, eso sí, la voluntad que mantenía la férrea negativa de aquél, mediante la entrega de la única posesión que había salvado, una cadena de oro, como fianza. La prenda en depósito concentró la codiciosa mirada del sujeto, y le allanó el camino más que todas las palabras vertidas en un idioma del que tan sólo conocía sus rudimentos, y que la obligaba a recurrir a la mímica para hacerse comprender.


Y ¿Ahora qué? Trató de concentrarse en insuflar algo de vida en sus pulmones, pero las paredes desnudas de la habitación comprimían su respiración. Sus manos, ajenas a la realidad, tanteaban buscando asir el móvil, sentir su presencia tranquilizadora, pero se perdían en  el vacío.

El vacío... Creía haberlo dejado tras de sí. Ahora lo presentía vertiginoso en su futuro inmediato, y simbolizado en el blanco de las paredes de la habitación, en la ausencia de decoración, se le había aferrado a la mente con firmes garras,  la rodeaba anidando entre sus ojos, provocándole un terror indefinible y desasosegante, plasmado en el sudor frío y angustioso que le perlaba la piel...




La revista Science ha publicado recientemente el resultado de varios estudios (Timothy Wilson, Universidad de Virginia) que muestran lo aversivo que resulta para la mayoría de las personas quedarse a solas con sus pensamientos. En esta situación el sujeto no logra concentrarse en nada y se limita a vagar de una cosa a otra de la forma mas improductiva. La experiencia resulta tan desagradable que el 67 % de los hombres y el 25 % de las mujeres (de todas las edades, grupos sociales y niveles de formación) prefirieron recibir una descarga eléctrica, incluso autoadministrada, si con ello ponían fin a su desazón, que en la situación experimental diseñada, no duraría más allá de 10 ó 15 eternos minutos. En palabras de Wilson la mayor parte de la gente prefiere estar haciendo algo, generalmente banal, incluso dañarse a sí mismos, que no hacer nada o sentarse en soledad con sus pensamientos. El investigador no cree que ese horror al vacío sea una consecuencia del ritmo frenético de la sociedad actual, antes bien postula una sed natural de actividad en las personas, que les permitiría mantenerse alejadas de la posibilidad de enfrentarse a su propio pensamiento. Inquietantes resultados que quizá guarden íntima relación con  muchas de las conductas que observamos a diario en nuestro entorno y sus calamitosas consecuencias tanto en el orden personal, político, social... 

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