sábado, 31 de enero de 2015

Naufragio



Hay una raza de hombres inadaptados, una raza que no puede estarse quieta; rompen los corazones de sus parientes y amigos, mientras vagan por el mundo a su albedrío.

Recorren las llanuras, navegan sin rumbo en los ríos y escalan las cumbres de las montañas.

Llevan en su interior el sino de la sangre gitana y nunca aprenden a descansar.

Robert Service,  "Los hombres inadaptados".










Coordenadas erróneas, emborronadas por el prejuicio, sesgaron el rumbo trazado en su mapa vital.

Inexorable, a pesar de la deriva manifiesta, inasequible a las razones, a las emociones.

Los ojos cerrados con obstinación, las manos aferradas al timón, inmóvil, pese a la inminencia del naufragio


jueves, 22 de enero de 2015

El Río de la Luz (Javier Reverte)






El paisaje alrededor […] era grandioso […]: verdor turmalina en los bosques de coníferas, montes de piedra de un tono obsidiana, los picos dentados de las cordilleras, como guadañas melladas que parecían rasgar el vientre de las nubes hasta convertirlas en jirones. Cúmulos y cirros, ora blancos y ora grises, el cielo acuchillado por las cumbres agrestes, la lengua de los glaciares bebiendo insaciable del mar. Y el frío que se sentía descender  desde las enormes montañas que cierran el este del golfo de Alaska.


Más adelante, las montañas crecían alrededor del barco y parecían grandes paquidermos que nos dieran la espalda. Entre ellas se formaban hendiduras  por donde caían hilos  de nieve y agua de deshielos. Detrás, nuevas montañas crecían más altas aún. El cielo se cubría  a veces  de nubes negras y otras  eran de límpido azul. Había tanto cielo sobre el canal que uno podía verlo pintado de varios colores. En algunas  montañas, las nubes descendían  hasta tapar sus cumbres. En otras refulgía la nieve bajo el sol.



En aquel escenario de vida libre y dura podía pensarse que la naturaleza nos ignora, que desdeña incluso el dolor que le causamos, que es inhumana por más que intentemos modelarla a nuestro antojo. Y que hagamos lo que hagamos, tanto herirla como protegerla, le resulta indiferente, porque acabará con nosotros tarde o temprano. Es un dios tenaz, exento de piedad y sin cerebro.




miércoles, 14 de enero de 2015

Un sueño posible



“Esta caída que te anuncio es de un tipo muy especial, terrible. Es de aquellas en que al que cae no se le permite llegar nunca al fondo. Sigue cayendo y cayendo indefinidamente. Es la clase de caída que acecha a los hombres que en algún momento de su vida han buscado en su entorno algo que éste no podía proporcionarles, o al menos así lo creyeron ellos. En todo caso dejaron de buscar. De hecho, abandonaron la búsqueda antes de iniciarla siquiera.”

(El guardián entre el centeno, J.D. Salinger).








La luz fulgente que atravesaba la ventana acentuaba, punzante,  la evidencia del trampantojo, definiendo nítidamente los bordes de su ánimo encapotado.

Contó hasta tres haciendo acopio de fuerzas y abrió los ojos. A pesar de la somnolencia, de inmediato fue consciente de cómo la murria y un denso sentimiento de vacío la embargaban.

Durante una madrugada fugaz habitó en otro tiempo, a una década de distancia. En una frenética carrera se lanzó a una desesperada búsqueda por los lóbregos corredores de la memoria,  decidida a  saldar las cuentas pendientes consigo misma, a volver a jugar  una partida  perdida de antemano e intentar, sí, al menos intentarlo, variar su desenlace.

En las brumas del sueño, la utopía parecía posible. Imbuida por una suerte de desdoblamiento observaba la escena tantas veces rememorada. Omniscente, esperaba el devenir de los acontecimientos,   el momento justo de intervenir para modificar su curso, torciéndolo hasta hacerlo coincidir con sus deseos.

Pero en un instante, un reguero de pensamientos intrusos invadieron su conciencia, comenzó el análisis consciente y racional, cesó la magia. Jamás se sintió tan cerca, y sin embargo tuvo la certidumbre de que la oportunidad no se volvería a presentar. Carecía de la inocencia precisa para creer lo contrario.


A fin de escapar de la tensión que la deboraba, abandonó la cama con decisión y se dirigió presurosa a una de las estancias de la vivienda.   En el  centro de  la misma, reposaba la flamante Roland(1). Eligió para la ocasión, por su contundencia, varios temas de Led Zeppelin. Realizó las modificaciones precisas en el sistema, ajustó la ecualización en modo "on stage", se ciñó los auriculares, y tomando con firmeza las baquetas comenzó a doblar con precisión los golpes ejecutados con maestría por John Bonham (2). Una sonrisa afloró en su rostro, la impresión de estar tocando junto al grupo legendario era de una viveza sobrecogedora.

 


Una hora más tarde, tras improvisar un furioso solo final, bañada en sudor, exhausta, sintió que el vendaval que había estado a punto de asolar su estabilidad amainaba.  


Se obligó a caminar sin volver la mirada, sin atender a las voces que le parecía escuchar. Terminante, como un golpe seco al timbal... 




(1) Roland: Marca de instrumentos y accesorios musicales electrónicos. En el texto se hace referencia, en concreto, a una batería electrónica con capacidad de emular de modo fiel el sonido de una amplia gama de baterías acústicas. Este tipo de instrumentos pueden monitorizarse con auriculares no emitiendo, por lo tanto, prácticamente ruido, lo cual supone una gran ventaja.



(2) John Bonham: batería del grupo Led Zeppelin

martes, 6 de enero de 2015

Dedicatoria y Oración







Dedicatoria

La literatura nos separó: 
todo lo que supe de ti
lo aprendí en los libros
y a lo que faltaba,
yo le puse palabras.


Oración

Líbranos, Señor,
de encontrarnos,
años después,
con nuestros grandes amores.


(Cristina Peri Rossi)

sábado, 3 de enero de 2015

Paseo





Se entretuvo trenzando con su pausado caminar una tupida red, adentrándose en calles que le resultaban desconocidas, estableciendo hipótesis acerca del origen remoto de sus nombres, instalada en el regocijo de asistir al discurrir de la mañana, recorriendo sus meandros ajena a cualquier inquietud. Aguzó el olfato para percibir los densos aromas que provenían de las modestas viviendas que conformaban el barrio, reminiscencias que despertaban recuerdos sumidos en lo más profundo de su memoria: guisos caseros perfumando la mañana,  vahos de ropa recién lavada que, colgada de los balcones, saludaba su paso bajo la caricia de la brisa leve.

Al filo del mediodía desembocó en una recoleta plaza y se sentó en un banco, deleitándose con la mera observación de la vida que discurre y bulle: algunos transeúntes que caminaban inmersos en sus quehaceres cotidianos, ancianos buscando la caricia de los esquivos rayos del sol de invierno, ociosos sin rumbo, algún personaje excéntrico.



Cerró los ojos unos instantes e inspiró hondo. 

Extrajo de su bolsa una agenda en la que anotó, con una letra grande y desigual, media docena de palabras que condensaban su singladura y revisó algunas fotografías compuestas a vuela pluma.

Desplazó su cuerpo para atrapar un flechazo de luz densa y caliente, y se abandonó a la progresiva sensación, hiperreal, de ser mecida por la resaca de un oleaje rítmico, acogedor y letárgico...