sábado, 3 de enero de 2015

Paseo





Se entretuvo trenzando con su pausado caminar una tupida red, adentrándose en calles que le resultaban desconocidas, estableciendo hipótesis acerca del origen remoto de sus nombres, instalada en el regocijo de asistir al discurrir de la mañana, recorriendo sus meandros ajena a cualquier inquietud. Aguzó el olfato para percibir los densos aromas que provenían de las modestas viviendas que conformaban el barrio, reminiscencias que despertaban recuerdos sumidos en lo más profundo de su memoria: guisos caseros perfumando la mañana,  vahos de ropa recién lavada que, colgada de los balcones, saludaba su paso bajo la caricia de la brisa leve.

Al filo del mediodía desembocó en una recoleta plaza y se sentó en un banco, deleitándose con la mera observación de la vida que discurre y bulle: algunos transeúntes que caminaban inmersos en sus quehaceres cotidianos, ancianos buscando la caricia de los esquivos rayos del sol de invierno, ociosos sin rumbo, algún personaje excéntrico.



Cerró los ojos unos instantes e inspiró hondo. 

Extrajo de su bolsa una agenda en la que anotó, con una letra grande y desigual, media docena de palabras que condensaban su singladura y revisó algunas fotografías compuestas a vuela pluma.

Desplazó su cuerpo para atrapar un flechazo de luz densa y caliente, y se abandonó a la progresiva sensación, hiperreal, de ser mecida por la resaca de un oleaje rítmico, acogedor y letárgico...




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