martes, 17 de diciembre de 2013

Brillos








La mirada, hasta ese momento errática, planeando sobre los veladores del quiosco de la plaza se detiene, como por descuido,  en una mesa próxima.

Doy un sorbo a la cerveza. Ciertas coincidencias, algunas similitudes, me transportan a otro tiempo...

Imágenes en tropel escapan del recóndito  lugar en que  reposaban hibernadas, igual que a través de una  grieta gotea el agua.
                                                               
La vi por primera vez  aquella tarde en el refugio. Compartía mesa con dos chicos que charlaban animadamente. Ella,  25 años según su ficha, absorta en la pantalla luminosa que sujetaba con ambas manos.




- ¡Hola! Soy Jana, vuestra guía.

- ¡Hola! Respondieron casi al unísono los dos.

- ¿Qué tal, Berta? Pregunté, tratando de atraer su atención.

Sin apartar la vista del móvil en el que tecleaba a gran velocidad, componiendo una leve mueca de contrariedad, por todo saludó me contestó: en seguida termino, que he pillado cobertura y quiero enviar un whatsapp.
 
Mal empezamos... Pensé.
 
- Supongo que os han entregado el material, inquirí mientras enumeraba los elementos mínimos necesarios.
 
- ¿Lo tenéis todo? Los dos amigos contestaron afirmativamente cuando se encontraron nuestras miradas.
 
- ¿Tenéis experiencia en este tipo de actividad?
 
Me explicaron que no eran novatos, aunque evidenciaban cierta inquietud. Preferían afianzar sus conocimientos, contar con la seguridad que  aporta un guía con capacidad técnica, que conoce cada detalle del recorrido, antes de plantearse otros retos más ambiciosos. Les comenté que el reciente invierno había depositado bastante nieve sobre el glaciar, ocultando las fracturas del hielo, cuya tortuosa vida latía bajo la aparente uniformidad de la superficie.
 
- No os preocupéis, traté de tranquilizarlos; el trazado que seguiremos no presenta grandes dificultades, aunque no debemos perder de vista que transitaremos por un espacio de alta montaña en condiciones invernales. No debemos bajar la guardia. Hay un pequeño tramo un poco más delicado, pero lo tenemos equipado, y es razonablemente seguro. Ahí especialmente, contaréis con mi ayuda. Nos uniremos con dos compañeros que llevan otro grupo, para pasar todos juntos.
 
Es importante que sigáis en todo momento nuestras recomendaciones de seguridad. Mañana y pasado los dedicaremos a ejercitar y afianzar los conocimientos básicos; el miércoles realizaremos la travesía del glaciar.





Los despedí emplazándolos - a las seis ¡arriba! - para el día siguiente entre murmullos de protesta por el madrugón.
 
Entre tanto, la joven, ajena a la conversación, continuaba deslizando sus dedos por el teclado.

- Berta, ¿tienes cinco minutos? Me gustaría hablar un momento contigo.

- Sí, claro. Respondió depositando el aparato sobre la mesa con un suspiro de resignación.

Por primera vez contemplé: sus ojos grises y fríos bajo unas cejas apenas intuidas, la izquierda atravesada por un pearcing rematado con dos bolitas plateadas,  su rostro ingenuo, de atractiva palidez y perturbadora armonía, con la nariz adornada de anillas ,  la asimetría de su pelo negro, rasurado caprichosamente.



Cuando percibió mi desconcierto, sus labios,  el inferior perforado por un arete metálico, se curvaron esbozando una sonrisa que me animó a continuar.

- No sé si te has enterado de lo que hemos hablado.

-   Sí, te he atendido.

-  ¡Ya! Si me permites un consejo, sería mejor que mañana dejases todos esos adornos aquí, - señalé trazando círculos con un dedo sobre mi propia cara - podrían causarte problemas durante los ejercicios.  Ya sabes, el viento, el frío, el casco, toda la parafernalia… Podrían engancharse y provocarte heridas…

-   Me lo pensaré.

-   Como quieras. Es mi obligación avisarte.

- ¿Por qué  has elegido esta actividad?
  
-  A pesar  del cansancio, del esfuerzo para llegar, aquí  me siento bien,  libre... El mundo queda en un lugar indeterminado, lejos, ajeno a mí. No pienso en otra cosa; el presente absorbe totalmente mi atención. Basta dejar que todo fluya. 



- No son malas razones, pero a partir de mañana nos espera mucho más: esfuerzo, cansancio... Y está la cuestión técnica. ¿Conoces el equipo? ¿Lo has utilizado antes?

- ¡Bueno! Algo; a mi aire. De vez en cuando acompaño a algún amigo en sus salidas.

- ¿Qué tal andas de forma física?

- Hasta los quince años asistí, por imposición de mis padres, a clases de ballet; tres horas semanales. Nos daban bastante caña ¿sabes? ¡Cómo llegué a odiarlo! Ahora, por naturaleza, y quizá por la costumbre, no puedo parar quieta, necesito moverme, y salgo a patinar cuando tengo un rato.


-  No hay tanta diferencia como pudiera parecer entre el  alpinismo y el ballet, ambos requieren concentración, equilibrio, coordinación, elasticidad, resistencia, ejecutar cierta coreografía…  

Manifestando mis dudas, con evidente falta de habilidad según juzgué a posteriori, le solté: entonces ¿estás decidida a subir?

La joven acusó el golpe, y con voz crispada me lanzó una andanada de preguntas: ¿para qué crees que he venido? ¿Para rajarme antes de empezar? ¿Qué pasa? ¿Quieres deshacerte de mí?  Y una conclusión: no te fías.

Traté  de reconducir el diálogo:

- No es eso. No me malinterpretes. Sólo quiero  comprobar que tienes claro dónde te metes. En caso contrario, podría resultarte una auténtica tortura.

- Quiero probar.

- De acuerdo. Únicamente, recordarte lo que antes advertí a tus compañeros: sigue mis recomendaciones en todo momento. Es muy importante para la seguridad del grupo.

-
  ¡No me ralles!  Lo he entendido.

- ¡Bien! Ahora, mejor será que nos retiremos a dormir; hay que madrugar. ¡Hasta mañana!

Se despidió con un seco adiós, deslizándose como una sombra camino de la sala de actividades, dejándome a solas, rumiando mi inquietud y mi torpeza mientras la observaba alejarse, su silueta moldeada por la ropa técnica recortándose sobre las brasas de la chimenea.
 

                                                

La travesía se desarrolló sin incidentes dignos de mención. Berta,  en abierta contradicción con mis expectativas, se empleó  con toda la fuerza de su juventud, sin una protesta, decidida a pasarlo bien, sacando a relucir un coraje no exento de serenidad, muy bien canalizado cuando atravesaba las dificultades propias de los principiantes. A pesar de mi insistencia en instruirla acerca de los rudimentos y maniobras esenciales, sus ocasionales distracciones, embelesada por el soberbio entorno, nos causaron algún susto menor. Afortunadamente los dos chicos se desenvolvían con soltura, eran bastante autónomos, y únicamente reclamaban mi atención de manera  puntual, en algún paso algo más expuesto o complicado ante el que dudaban, por lo que pude mantenerme cerca de ella, cuidándola como a mi propia vida.



La convivencia, intensa,  el progresivo abandono por parte de Berta de su hostil actitud inicial,  disolvieron mi desconfianza inicial, permitiendo que  aflorase su sentido del humor, bien es cierto que un tanto ácido, con el que conecté de inmediato. Una  complicidad creciente, nada forzada, fresca,  facilitada por la intuición  de que compartíamos cierta mirada , se instaló entre ambas.










Caía la tarde cuando avistamos  el tejado del Cuatro Caminos, los últimos arañazos del sol poniente arrebatando destellos a la antena de radio que se elevaba sobre él. Nos detuvimos junto a la entrada, mientras yo comenzaba a liberarme, con familiar tintineo de ferralla, del lastre que suponía todo el material auxiliar que portaba encima.


                                    

 

- Gracias Jana, tía, ha sido maravilloso. Haber subido hasta allí... Todavía ni me lo creo. Me has petao...

-   No hay de qué, Berta.  ¡Estás eufórica!  De eso se trata; Hacemos esto para vivir con intensidad, para que nuestro tiempo, independientemente de su duración, no resulte anodino. 

 - ¡Qué flipe! ¿Cómo puedes manejar todas esas cuerdas y artilugios con tanta precisión?

- Es mi trabajo, lo hago a diario. Entiendo, que te sorprenda, por la puesta en escena, lo majestuoso y sobrecogedor del paisaje que nos rodea, pero no es tan complicado como aparenta,  con la experiencia se automatiza, como todo lo que se aprende, entonces te puedes concentrar en lo importante.



- Qué lujo tenerte cerca, me has salvado el culo varias veces, por lo menos una, ya me piraba, y...  ¡Menudo patio! Como tú dices.

- Siempre, por mirar donde no debes, comenté jocosamente, mientras presionaba con afecto su hombro.

   Tengo un regalo para ti, le dije, mientras  le ofrecía la llave de mi habitación. Los guías tenemos ducha con agua caliente. Ya ves, incluso aquí hay clases…


Alargó la mano, demorando su retirada tras el contacto, casi imperceptiblemente, mientras me ofrecía su mejor sonrisa y una mirada de incredulidad limpia y franca. Me entretuve en su rostro, en las huellas recientes que  el sol, reflejado por   la nieve, le había grabado, en ciertos cambios tan sutiles que no sabría definir.

 -  Cuando termines, se la dejas a Carlos, el guarda.

 - ¡Genial! Eres muy amable. ¡Chao". Nos vemos.

Apelando a mi profesionalidad, recurriendo a una disciplina ya muy debilitada tras la vorágine de impresiones,  pálpitos y sentimientos contradictorios experimentados en los  últimos  días, permanecí clasificando y ordenando el material de escalada, haciendo tiempo hasta que tuve la certeza del regreso de Berta. Con el camino despejado, me dispuse a descansar un rato. 
                                                                
                                                          

Transcurridas un par de horas, la busqué sin éxito por todo el  edificio.

Salí al exterior. La noche, era fresca, pero atemperada por la primavera recién estrenada.

 
Apoyada en la puerta de una de las casetas que se utilizaban como almacén, Berta contemplaba un cielo plagado de chispas. La escasa luz arrancaba, al compás de los movimientos de su cabeza,  brillos metálicos a su piel en penumbra. Me saludó con un amistoso gesto de su mano, característico, que ya le había observado en otras circunstancias. Me aproximé hasta situarme frente a ella.






-  Cierra los ojos y escucha, sin abrirlos, hasta que termine la canción, me ordenó muy seria, mientras encajaba en mis oídos los auriculares. Obedecí.



Conocía la música. Había sonado bastante. Me concentré en la letra.


Noté  el frío del acero de sus labios posados sobre los míos.  Como  a bordo de un tren que atraviesa la estación sin detenerse, un vértigo  de sensaciones en aluvión  me arrastró,  ritmo desbocado y  destellos de  flash. Con la voluntad en suspenso, como  mecida, y los sentidos alerta, me dejé guiar tras sus pasos...
                                                     
 
La música hacía rato que había cesado. Despegué los párpados lentamente, con el temor de alterar algún equilibro desconocido. Tenía su boca muy cerca cuando me susurró: "vente conmigo". Dos palabras que harían girar la rueda de mi destino más de lo que supe adivinar…
                          
 
La plaza ha quedado desierta, la memoria, generosa y balsámica, extiende su manto de brumas sobre los recuerdos alegres de  aquellos días, aunque en  ciertas noches de desasosiego y duermevela, en medio de la oscuridad y el silencio perciba que las viejas heridas vuelven a palpitar, como animales nocturnos… Mientras unos ojos grises y fríos me contemplan fijamente diciendo adiós.




4 comentarios:

  1. Hacia días que no leía algo tan bonito ...

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  2. Muchas Gracias. Javier. Los ingredientes son: dos horas diarias de tren, los ojos bien abiertos, una canción en el mp3, y echar a rodar la imaginación.

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  3. Creo que no presté demasiada atención a relato (disculpa, pasaré en otro momento para leerlo con más calma)… me gustó la foto donde aparece una persona tumbada en la nieve y el horizonte a lo lejos…

    Un Saludo

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