Ahora me siento bien, al sol tenue, mientras saboreo la cerveza, en la plaza,
tras finalizar la excursión. Redacto estas líneas con la tableta, las lanzaré
al espacio en cuanto pille cobertura.
Hoy he salido, a pesar de mi reticencia inicial, con Josito y sus colegas del ultra trail a hacer un
recorrido por los montes. Todos
son grandes atletas, plenos de energía y fuerza, incansables, resistentes, duros.
La experiencia me ha resultado agridulce, una vez más he constatado
lo lejos que me encuentro, ya, de este concepto.
Mientras nos preparábamos para comenzar, noté alguna mirada de escepticismo sobrevolando mi indumentaria, que quizá resultara ajena a los cánones de uniformidad propios del clan. Después,
tras ajustarme la cinta del pulsómetro y realizar los oportunos ajustes en el dispositivo, al tiempo que les comentaba que no me esperasen, que yo
correría o caminaría según lo viera, un sujeto, que me presentaron como Antonio, con la mirada fija en mi flamante reloj, y un deje que no admitía dudas,
me enjaretó como bienvenida: “si te cansas, nos esperas en los coches. He percibido claramente el
desdén y el prejuicio: una pija más sobrada de pasta, que se ha comprado para dar una vuelta al parque un caro accesorio que no merece y que luciría con
más justicia en su muñeca. Casi podía ver esta idea revolotear tras sus ojos.
De nada ha servido mi mentalización previa, los intentos de autocontrolarme, saber que
podría ocurrir: una llamarada me ha subido, fulminante desde el
pecho a la cabeza, anulando mi juicio, puro impulso que he reconducido a duras penas hacia un pensamiento: “ya
veremos”. Josito, que me conoce, ha cambiado el tercio, temiendo una respuesta
desabrida por mi parte, que terminara con la poca química que se
respiraba.
Nos hemos puesto en marcha. El día acompañaba: el cielo azul, el paisaje límpido, la mañana fresca pero no fría. Ya al inicio, mis tres acompañantes, ajenos a tan gratas sensaciones,
únicamente tenían ojos para las cifras parpadeantes de sus cronómetros y elogios para tal o cual complemento de sus respectivas equipaciones.
He salido cerrando el grupo, conocía el recorrido, y mientras
trotaba iba calibrando mis sensaciones, estudiando mis posibilidades, tomando
mi decisión, dosificándome, guardando fuerzas.
Transcurridos los primeros kilómetros relativamente llanos, hemos
llegado a un tramo ascendente entre
árboles, sombreado, en el que hay que ganar un desnivel de unos 200 metros . He mantenido
la distancia, sin perder terreno, cuando he considerado que nos quedaban unos
quince minutos para el primer collado, me he lanzado a fondo, con furia y
rabia, a morderle el culo al tal Antonio. Podía echar el resto, mi competición
terminaría en veinte minutos, a lo sumo, ellos tendrían todavía un recorrido de
dos horas por delante que yo realizaría sola
y a mi bola. El tipo me ha mirado, con incredulidad al principio, acelerando más de lo razonable, posiblemente
pensando que me desinflaría tras unos pocos cientos de metros; yo a lo mío,
sudando, abriendo la boca para atrapar el postrer átomo de oxígeno, con el pulso rozando ya mi zona roja, consciente de que, manteniéndome ahí posiblemente pudiera aguantar
hasta arriba. Pude entrever su cara de sorpresa al comprender lo que ocurría, que aquello iba en serio. Recogió el guante, su honor estaba en juego, al fin
y al cabo yo únicamente era una advenediza con ganas de provocar.
Agonía, sufrimiento, tensión, no veo nada…
Últimos repechos, Antonio se despega, dos tres, cuatro, cinco
metros… Se me escapa, no puedo… Ya veo el collado, el cielo azul. Llega. Un puñado de segundos
después, llego. Paramos. No podemos hablar, boqueamos. Me propina una palmada en el hombro, pretendidamente con intención de confraternizar, y un “tía, estás fuerte” que me llega turbio entre resuellos. Sonríe, intento sonreír. Ahora, veo en su mirada
destellos de alegría, hemos hablado el mismo idioma, durante unos instantes. Prueba superada.
Nos despedimos, me invitan a salir otro día con ellos.
Lo sé, no debería haber entrado al trapo. Ahora no hay vuelta atrás. Desde la calma, todo está claro: cada uno a lo suyo, buscar el propio camino...
¡¡Qué bien has contado la anécdota!! Ahí tienes un guión guapo para un cómic de montaña... ¡¡ o de ultratrialeros !! enhorabuena por el blog
ResponderEliminarMuchísimas gracias por tu visita y tu comentario, que de paso me permitirá visitar y conocer tu blog. Un abrazo ultratrailero.
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