jueves, 25 de diciembre de 2014

Gabriela Mistral




Pedazo a pedazo, la montaña es sorprendente; pero lo más querido de cuanto ella nos regala son su manera de luz y su manera de aire . . . Y vine a entender cuando viví sin ellas, que aquella luz no solamente orna un valle, sino que nutre a las criaturas y que aquel aire generoso y seco acicatea al pesado y al vivo lo pone en una vibración prodigiosa.

 (Gabriela Mistral)


La urna de la atmósfera, en que las cosas parecen guardadas para durar, estando más desnudas que en ninguna parte, aproxima la montaña y hace unos juegos prestidigitadores con la distancia; la maravilla está ahí, a una jornada, y se cree tocarle las grescas del lomo y las quiebras del casco crinado. No hay tal; los costurones, las arruguitas que se miran desde abajo, son unas serranías de recorrer en meses y unos valles mayores que el nuestro. La luz acérrima, que le confiesa todos los accidentes y la recorta con una brutalidad gloriosa, nos permite creer a los del valle, que vivimos entre sus pechos y que vivimos siempre a sus pies, o más debajo de ellos, pues al cabo están bien escondidos al igual que los pies de las vírgenes, cuyo manto arrastra.

 (Gabriela Mistral)

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