jueves, 20 de agosto de 2015

Matices





Había recorrido sin detenerse gran parte del camino: una  senda ascendente salpicada de lagos, trazada sobre un terreno adornado por un bosque de pino negro, rododendros y jugosos prados de altura. Imprimía una cadencia constante a sus pasos, los dibujaba con la armonía y la precisión de una danza, orlando sus movimientos con un halo de ingravidez. Se concedió unos instantes de pausa. Se acomodó en la orilla lacustre alzando la vista hacia las cumbres que la circundaban. El agua misteriosa y gélida, al ser mecida por la fresca brisa, emitía un arrullo monocorde que la invitaba a sumirse en un grato estado de serenidad. Recorrió con fruición los rasgos que definían la fisonomía de las cimas rotundas que se proyectaban sobre la superficie. Imaginó la apariencia del paraje en las épocas pretéritas de su remoto origen glaciar.

Abrió todos los poros de los sentidos con intenso regocijo al aire vivificante, al silencio telúrico salpicado ocasionalmente por el deslizamiento de alguna roca en las pedreras, a los amplios horizontes desbordados de luz, al roce leve de la vegetación, a un vuelo errante sutilmente delineado, a la penumbra que proyecta una nube... A la alegría de estar viva.

Pensó en los sucesos recientes; Tal vez lo ocurrido tenía su origen en el desconocimiento de la taxonomía de los sentimientos, en la carencia de una diáfana comprensión semántica que evitara la recurrente confusión entre lucidez y frialdad, estoicismo e indiferencia, juicio propio y solipsismo... Quizá, sencillamente,  ya era tarde para ellos. 

Un chapoteo la sacó de su cavilación y le sugirió que era el momento de reanudar la marcha.

Tenía pocas certezas, pero le resultaban suficientes...





No hay comentarios:

Publicar un comentario

¿Tú cómo lo ves?