sábado, 12 de diciembre de 2015

La vida de Adèle (Abdellatif Kechiche) Palma de Oro (Cannes 2013)





No pasarán, no han de pasar
la grisura ni el vacío inmensurable
que sucede al aviso de unos ojos diciendo adiós,
adiós ahora sí, esta vez sí, para siempre, adiós.

(Manolo García, "Morder el polvo")








Abandonó el cine por una puerta lateral que la arrojó a un callejón estrecho y húmedo. Se encontró de súbito sumida en una noche destemplada de árboles pelados y viento pulsátil, en sincronía con el golpeteo provocado por las sensaciones que recorrían su ánimo.

Durante la proyección no existió otra realidad que la de una historia de amor entre la frágil y luminosa Adèle, una chica  que deja atrás la adolescencia, y Enma, una joven y enigmática pintora en cuyos profundos ojos azules se plasman los horizontes abiertos que aquella ansía.

Renunciar a pensar, a desear, a imaginar, únicamente contemplar lo intangible servido a través de unos primeros planos hipnóticos que nunca saturan, que siempre te dejan con ganas de más, la atención en permanente alerta para no perder ningún detalle sutil.

Caminaba pensando que no conocía ninguna filmación de una ruptura amorosa realizada de modo tan sublime. Había presenciado sobrecogida la imagen veraz del desgarro, la desesperación y la devastación, también había asistido con alivio y un cierto regusto de melancolía, al recomponer de fragmentos rotos. Todo ello constituía un estudio de las emociones humanas más auténtico que muchos tratados de Psicología.

Algunos, con la sensibilidad embotada por el prejuicio, hablaban de pornografía, ella únicamente vio reflejada en la pantalla vida y belleza inmarcesible.

Y ahora, quizá inducida por el tiempo desapacible, la nostalgia arañando su piel...







                                            Léa Seydoux (Emma) y Adèle Exarchopoulos (Adèle),
                                            brillantes protagonistas.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

¿Tú cómo lo ves?