viernes, 1 de mayo de 2015

Pinceladas




La madrugada se desvanecía cuando abandonó la ciudad a bordo del auto. Atravesó las desiertas avenidas saludada por la sonrisa de los semáforos. Por toda compañía un eco lejano de jazz. Los árboles, inundados de hojas, constataban con rotundidad el avance de la primavera. Acudía a una cita muy especial. Se trataba de un rito íntimo, una pequeña celebración con un significado muy personal. Alguien pudiera pensar que era irrelevante, pero ella no estaba para habladurías ni prejuicios.





Tras la larga marcha de aproximación, contemplaba con los ojos muy abiertos su ilusión materializada: rozar con las puntas de los dedos el tiempo e intentar por un breve lapso ralentizar su giro. Bajo un cielo lóbrego, el viento fino y punzante azotaba sus mejillas,  el agua de la laguna reflejaba los neveros de las cumbres; al fondo la lámina de agua se fundía con las nubes volanderas que ocultaban el valle, componiendo una estampa forjada con el material de los sueños. 







Notó frío cuando un súbito roción de aguanieve la traspasó. Llevaba demasiado tiempo detenida, tratando de impregnarse de sensaciones, piel con piel abrazada con aquella estampa invernal. 




Inició el regreso acompasando su marcha a la cadencia de su ánimo exultante. 

Habría otros inviernos, pero cada instante vivido siempre se constituye en una esencia irrepetible. Ella, con plena deliberación y entrega absoluta, intentaba dotar a cada momento de significación, insuflándole vida, en pugna con el tedio fertilizado por una sociedad que hace de lo anodino y lo inane bandera. Era una búsqueda, modesta en sus medios, enormemente ambiciosa en sus fines, que no tendría término mientras le quedara aliento...



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