Quizá solo se
trate de encontrar
a quien te sigue mirando
cuando tú
cierras los ojos.
Elvira Sastre
La duda, implacable, puntual a la cita.
La boca seca, reflejo de una inquietud que le nacía en el centro del
pecho.
El deseo de escapar, ahora más intenso y
difícil de aplacar.
Aquella voz interior, inoportuna y familiar.
Sin poder resistir la curiosidad descorrió
la tela negra, apenas un palmo, para lanzar una mirada fugaz. Aterrada, cerró
los ojos y trató de abstraerse del eco atronador que llegaba desde el exterior.
Apenas se reconocía, después de los intensos meses transcurridos desde la invitación. Ella ,
el paradigma del retraimiento, transmutada, partícipe de un fenómeno de masas.
En los instantes de zozobra, añoraba su
vida anterior, tranquila, previsible, casi contemplativa. Se imaginaba de nuevo
sentada en su rincón preferido del "Central" con el cuaderno abierto
delante, saboreando el primer café de la mañana, jugando con el capuchón de la
pluma mientras observaba el paso de la vida.
Y, sin embargo, el entusiasmo de toda
aquella gente, no podía ser fingido. A este pensamiento trataba de
aferrarse.
Sonaban los primeros acordes. La máquina
de humo, cuyo soplido le produjo un escalofrío, comenzaba a expandir una cerrada niebla por el
escenario, que al ser traspasada por los focos de luz multicolor, causaba una honda
impresión de irrealidad. Comprobó de nuevo que el emisor del micrófono
inalámbrico estuviera correctamente ajustado.
Pronto sus versos, compuestos en la más
absoluta soledad, destinados a la experiencia íntima de la lectura reflexiva,
se fundirían con unas melodías diseñadas a medida, trocados en otras criaturas que
con frecuencia le costaba reconocer como propias: palabras galopando el sonido,
agarrándolo por las crines, supeditadas al efectismo, coreadas por miles de
gargantas. Palabras cuyos matices se diluían en un magma de emoción.
Su mirada se cruzó un
instante con los cálidos y amables ojos de Ainara, la solista, la intérprete de su mensaje, cuya sonrisa, acompañada de una firme presión en su hombro,le
infundió la serenidad y decisión que necesitaba. Con un gesto de asentimiento, comenzó a caminar hacia el lugar destinado a las segundas voces.
Era su última noche y se propuso disfrutarla, después podría reanudar su camino...
Quizá solo se
trate de encontrar
a quien te sigue mirando
cuando tú
cierras los ojos.
Elvira Sastre
La duda, implacable, puntual a la cita.
La boca seca, reflejo de una inquietud que le nacía en el centro del
pecho.
El deseo de escapar, ahora más intenso y
difícil de aplacar.
Aquella voz interior, inoportuna y familiar.
Sin poder resistir la curiosidad descorrió
la tela negra, apenas un palmo, para lanzar una mirada fugaz. Aterrada, cerró
los ojos y trató de abstraerse del eco atronador que llegaba desde el exterior.
Apenas se reconocía, después de los intensos meses transcurridos desde la invitación. Ella ,
el paradigma del retraimiento, transmutada, partícipe de un fenómeno de masas.
En los instantes de zozobra, añoraba su
vida anterior, tranquila, previsible, casi contemplativa. Se imaginaba de nuevo
sentada en su rincón preferido del "Central" con el cuaderno abierto
delante, saboreando el primer café de la mañana, jugando con el capuchón de la
pluma mientras observaba el paso de la vida.
Y, sin embargo, el entusiasmo de toda
aquella gente, no podía ser fingido. A este pensamiento trataba de
aferrarse.
Sonaban los primeros acordes. La máquina
de humo, cuyo soplido le produjo un escalofrío, comenzaba a expandir una cerrada niebla por el
escenario, que al ser traspasada por los focos de luz multicolor, causaba una honda
impresión de irrealidad. Comprobó de nuevo que el emisor del micrófono
inalámbrico estuviera correctamente ajustado.
Pronto sus versos, compuestos en la más
absoluta soledad, destinados a la experiencia íntima de la lectura reflexiva,
se fundirían con unas melodías diseñadas a medida, trocados en otras criaturas que
con frecuencia le costaba reconocer como propias: palabras galopando el sonido,
agarrándolo por las crines, supeditadas al efectismo, coreadas por miles de
gargantas. Palabras cuyos matices se diluían en un magma de emoción.
Su mirada se cruzó un
instante con los cálidos y amables ojos de Ainara, la solista, la intérprete de su mensaje, cuya sonrisa, acompañada de una firme presión en su hombro,le
infundió la serenidad y decisión que necesitaba. Con un gesto de asentimiento, comenzó a caminar hacia el lugar destinado a las segundas voces.
Era su última noche y se propuso disfrutarla, después podría reanudar su camino...
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