viernes, 5 de junio de 2015

Versos on stage

Quizá solo se trate de encontrar
 a quien te sigue mirando
cuando tú cierras los ojos.


Elvira Sastre












La duda, implacable, puntual a la cita.

La boca seca, reflejo de una inquietud que le nacía en el centro del pecho.

El deseo de escapar, ahora más intenso y difícil de aplacar.

Aquella voz interior, inoportuna y familiar.


Sin poder resistir la curiosidad descorrió la tela negra, apenas un palmo, para lanzar una mirada fugaz. Aterrada, cerró los ojos y trató de abstraerse del eco atronador que llegaba desde el exterior.




Apenas se reconocía, después de  los intensos meses transcurridos desde la invitación. Ella, el paradigma del retraimiento, transmutada, partícipe de un fenómeno de masas. 

En los instantes de zozobra, añoraba su vida anterior, tranquila, previsible, casi contemplativa. Se imaginaba de nuevo sentada en su rincón preferido del "Central" con el cuaderno abierto delante, saboreando el primer café de la mañana, jugando con el capuchón de la pluma mientras observaba el paso de la vida.

Y, sin embargo, el entusiasmo de toda aquella gente, no podía ser fingido. A este pensamiento trataba de aferrarse.

Sonaban los primeros acordes. La máquina de humo, cuyo soplido le produjo un escalofrío,  comenzaba a expandir una cerrada niebla por el escenario, que al ser traspasada por los focos de luz multicolor, causaba una honda impresión de irrealidad. Comprobó de nuevo que el emisor del micrófono inalámbrico estuviera correctamente ajustado.





Pronto sus versos, compuestos en la más absoluta soledad, destinados a la experiencia íntima de la lectura reflexiva, se fundirían con unas melodías diseñadas a medida, trocados en otras criaturas que con frecuencia le costaba reconocer como propias: palabras galopando el sonido, agarrándolo por las crines, supeditadas al efectismo, coreadas por miles de gargantas. Palabras cuyos matices se diluían en un magma de emoción.


Su mirada se cruzó un instante con los cálidos y amables ojos de Ainara, la solista, la intérprete de su mensaje, cuya sonrisa, acompañada de una firme presión en su hombro,le infundió la serenidad y decisión que necesitaba. Con un gesto de asentimiento, comenzó a caminar hacia el lugar destinado a las segundas voces. 

Era su última noche y se propuso disfrutarla, después podría reanudar su camino...








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