domingo, 8 de junio de 2014

Siete Picos











Las olas de niebla, impulsadas por el viento, barren la cubierta de Siete Picos, la medieval Sierra del Dragón, arrojando rociones que adoptan imposibles formas.  A babor se atisba durante unos instantes la vertiginosa y arriscada vertiente sur, con el inmenso valle que se desparrama salpicado de pequeñas praderas.
Por la banda de estribor,  bajo la Umbría,  los pinares se extienden hacia la línea del horizonte.







Las diaclasas, los tors, como sacos terreros perfectamente alineados, definen la sucesión de torres, a través de las cuales el laberinto pétreo nos muestra matices desconocidos, acentuados por la ausencia de los puntos de referencia habituales.





El paisaje subyugante absorbe nuestra atención, por lo que nos encomendamos a los satélites,  deidades tecnológicas que guían nuestros pasos, para dedicarnos con total confianza y entrega al mero disfrute, evitando desorientarnos en el caos rocoso.







Tras el descenso recorremos la base del macizo, donde dos poetas en ciernes han encontrado ocasión, en un gran árbol seco y solitario, para unos versos que nos arrancan una sonrisa y nos alegran el camino, y que bajo la forma de cartel, dirigido a los caminantes curiosos y observadores, han clavado en la corteza exangüe:


















En la Umbría de Siete Picos un pino
hermoso, descortezado y muy blanco,
gigante erguido, solo en el barranco,
muestra orgulloso su fatal destino.

A su lado no tiene algún vecino
que le guarde confiado su flanco,
del fuerte viento que le deja manco,
cuando sopla inclemente en torbellino.

Ayer me conmovió que tal hazaña,
enfrentándose a una fuerza tan brutal,
luchando sin descanso en la montaña,
quede oculta entre el bosque y su maraña.

Admiro, viejo luchador, que esfuerzo tal,
aúne la fuerza bruta y la maña.


La réplica de otro autor desconocido:







Del pino al poeta

Llamáis fatal destino al mío, poeta amigo,
y en parte lleváis razón,
ya que un día fui rey de estas laderas
y ahora me veo en mis horas postreras.

Pero no penéis por mí, genial rapsoda.
Fatal o feliz destino, según como se mire:
prefiero ser admirado desnudo y moribundo
en tan grandiosa vitrina
que haber sido transformado
en un hermoso mueble de cocina.

C.A. (octubre 2013)





Realmente, aplicando la mirada adecuada, en este mundo hay poco lugar para el aburrimiento...


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