En el informativo "Hora 25" de la cadena Ser , el poeta, ensayista, crítico literario y profesor de Literatura en la Universidad de Granada, Luis García Montero interviene periódicamente con un artículo de opinión (La mirada de Luis García Montero) que lee ante los micrófonos. He transcrito el correspondiente al día 11 de septiembre de 2014, ya que contiene, a mi juicio, desde una mirada lúcida, desapasionada, desmitificadora y pragmática unas cuantas ideas acerca de "la cuestión catalana" con las que algunos nos identificamos.
Día grande en Cataluña. El 11 de septiembre de 1714 se consumó la gran batalla de Barcelona entre las tropas partidarias de Felipe V y las tropas que habían secundado al Archiduque Carlos, es decir, una guerra entre Borbones y Austrias. Me produce desasosiego que las fiestas nacionales tiendan a vincularse con las guerras. La fiesta de mi ciudad, Granada, celebra la victoria de los Reyes Católicos sobre los moros. Guerras y reyes en la identidad de nuestra memoria, envueltas a gusto del consumidor. Así nos va en el presente.

La articulación territorial es uno de los grandes fracasos de la democracia española. Junto a la pobreza, el desempleo y la liquidación de los servicios públicos, duele la incapacidad para solucionar la cuestión territorial. Es un asunto que va más allá de nuestras fronteras. La globalización impuesta por la economía neoliberal en el mundo, y de manera vertiginosa en Europa, ha hecho que la palabra estado se agriete. El proceso de privatizaciones afecta tanto a la economía como a los sentimientos. Sin voluntad de crear estados reales, tan sólidos a la hora de defender el bienestar de sus ciudadanos como flexibles en el respeto a sus diferencias, triunfan las derivas fragmentarias. La fragmentación es la consecuencia última de un internacionalismo, que se ha preocupado más de la libertad para la especulación que de los tejidos cívicos. En esta situación, la derecha española y la catalana se han comportado con absoluta irresponsabilidad, contando también con la colaboración de un PSOE que ha querido mantener la E de España pero que ha sacrificado muchas veces la S de socialismo, algo imprescindible a la hora de defender los vínculos.
La mentira y el descrédito político, jugaron su papel. Fue mentiroso el lema "España nos roba" aireado por la Generalitat para enmascarar las consecuencias sociales de su tijera neoliberal y, por otra parte, ha sido muy irresponsable la actitud de D. Tancredo con la táctica de no hablar de la realidad. La falta de diálogo ha colmado el vaso, porque la derecha española lleva años confundiendo su españolismo con el anticatalanismo. Bajo las invocaciones al orden y la constitución, se esconde la gran mentira generalizada de convertir la democracia en un procedimiento en el que no tenga peso la opinión de los ciudadanos.
Se ha jugado con fuego y nos hemos quemado. Hoy la sociedad catalana camina de manera ordenada por delante de su gobierno y no se conforma con un simple pacto fiscal. Cuando un problema no tiene solución es mejor, al menos, buscar una salida.


Yo, lo único que puedo aportar es mi sinceridad. Soy pesimista, y me entristece la realidad por dos motivos: primero porque me siento demócrata, creo que los conflictos se resuelven en las urnas, y no me parece de recibo el empeño de negar la consulta. Las excusas que dan los políticos y algunos intelectuales son cada vez más ridículas. Y segundo, porque me siento socialista y me gustaría que el reto neoliberal no desembocase en una fragmentación de mi mundo. Prefiero estados amplios que se atrevan a regular la economía. Pero en esta situación compleja, confusa, quizá sea demasiado pedir que los demócratas piensen en la vergüenza que supone silenciar las urnas, o pedir a los progresistas que mediten lo que supone fragmentar la solidaridad con una frontera más.

El pueblo en el que veraneo, Rota, en la bahía de Cádiz se creó muy mala fama durante la Guerra de Sucesión entre Borbones y Austrias. No quiso derramar sangre ni identificarse con ninguna bandera. Eso habló mal de Rota, pero lo único que pedía el pueblo es que unos y otros le hicieran el menor daño posible.
Pues ése es hoy mi estado de ánimo, lo que me pide el cuerpo es desdramatizar, que se pongan de acuerdo en lo que sea, en lo que quieran, pero sin dramatismo ninguno y respetando a la gente.