martes, 18 de marzo de 2014

Atardecer sobre raíles






Atardece. El sol, a punto de traspasar la línea de un horizonte definido por la autopista repleta de coches detenidos,  inunda el vagón. En el asiento, la niña, con un libro entre las manos,  vencida al fin por el sueño. Su madre guarda en la mochila los enseres escolares, a punto de deslizarse entre los dedos de la pequeña. La luz anaranjada acentúa las prematuras arrugas de su rostro.  Unas ojeras, que hace unos instantes apenas eran tan solo un bosquejo, se perfilan nítidamente por efecto de la iluminación lateral.



Ha sido otra larga jornada, similar a la de ayer, casi idéntica a la que espera mañana. Y lo peor es que todavía queda mucha tarde por delante, numerosas obligaciones que le producen un vértigo insoportable, una sensación de tedio, de cansancio infinito...




- ¡ Pobrecilla! La joven sentada en el asiento de enfrente sonríe cómplice. ¡ Demasiado madrugar!

- ¡ Qué mierda de vida! Contesta la madre. 

-  ¡Cuánta razón tienes!




- Poco tiempo nos queda para nosotras, con este ritmo. Siempre a salto de mata. 

- Todo lo que nos gustaría hacer lo vamos dejando para otro momento, contesta la chica componiendo un gesto de hastío.

- Dan ganas de salir corriendo y no parar... Responde la madre, la mirada  fija  en la lejanía incendiada por el crepúsculo.

- Quizá mañana...

- Sí. Quizá.









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