Sábado. Amanecer primaveral. Se impone una jornada "pedricera", tanto para eludir a las multitudes que se disputan las, por el momento, últimas nieves de la temporada, como para prescindir del material que se precisa para transitar por las cumbres aún gélidas, que lastraría mi mochila en un día que invita a la ligereza. Opto por la clásica vuelta de los "Cuatro Caminos": comenzando por la "autopista" y regresando por Los Llanillos y el Collado del Cabrón.
A mitad del recorrido, el sol calienta ya las piedras, el aire es tibio, la sensación de vitalidad y energía es patente, por lo que decido ampliar el trazado previsto subiendo al Collado de La Ventana, al que hace muchos años que no he vuelto. Al recorrer este rincón, experimento la misma emoción del descubrimiento, fijo la vista a cada paso, en cada detalle y todo me sorprende. Un bello paraje al que me abandono: los riscos, las luces, los olores, la vibración de la brisa, la presencia de algún animal...
A mitad del recorrido, el sol calienta ya las piedras, el aire es tibio, la sensación de vitalidad y energía es patente, por lo que decido ampliar el trazado previsto subiendo al Collado de La Ventana, al que hace muchos años que no he vuelto. Al recorrer este rincón, experimento la misma emoción del descubrimiento, fijo la vista a cada paso, en cada detalle y todo me sorprende. Un bello paraje al que me abandono: los riscos, las luces, los olores, la vibración de la brisa, la presencia de algún animal...
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