jueves, 7 de agosto de 2014

Certeza





El caminante eleva la vista al cielo diáfano para comprobar, una vez más, la posición del sol. Se ajusta el sombrero, asegurándose de que no queda resquicio alguno por donde su radiación pueda filtrarse. Se ciñe el pañuelo al cuello para protegerse de  las picaduras de los insectos veraniegos que, desde hace un buen rato, lo acosan con sus fintas.

El caminante, prueba a pronunciar alguna palabra. Con incredulidad escucha su propia voz que, tras varios días de voluntario silencio  en la soledad de la cordillera, casi ni reconoce como propia.

El caminante hace ya un rato que viene reflexionando acerca de lo voluble que resulta la percepción del tiempo. En ocasiones le parece que transcurre raudo y lento a la vez, como si en lugar de regido por una escala constituida a medida de las actividades humanas se ciñera a la mecánica cuántica relativista, que para él representa el paradigma de los misterios de la ciencia.


Desde el inicio de su periplo comenzaron a asaltarle pensamientos extraños de la más variada índole, algunos fugaces y otros recurrentes, de los que no ha podido desprenderse. 

Al paso de las jornadas ha dado forma a una íntima cosmovisión en cuyo bruñido se entretiene. El caminante no se considera hombre de ideas brillantes, más bien se siente artesano que trabaja con materiales sencillos, y los modela a golpe de constancia. En todo caso, no percibe en ello detrimento alguno para la calidad de sus conclusiones, pues está firmemente convencido de que media docena de principios pueden muy bien sustentar una vida. El caminante no es un simple, no confundamos los términos...

El caminante se pertrechó de mapas, y brújula para calcular sus rumbos, pero seducido por la eficacia de la tecnología, finalmente, se dejó guiar por los modernos dispositivos electrónicos, depositando en ellos su destino. A la postre, ha comprobado que fue una decisión juiciosa.

Ahora afronta un fuerte repecho, y necesita de todo el oxigeno que su sangre pueda transportar para abastecer a sus piernas, por lo que los pensamientos ceden paso a las puras sensaciones.

Culmina la subida y decide que es el momento de un descanso.

Desconoce qué día es, se siente afortunado por ello. En sus propios recuerdos ve a un extraño al que apenas reconoce. Ignora lo que le espera un instante más tarde y no siente inquietud. 

Realiza balance, pondera las diferentes alternativas...

Ahora, tumbado sobre la fresca y jugosa pradera, tiene la certeza de que no volverá sobre sus pasos...








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