lunes, 25 de agosto de 2014

El regreso





[...]

María de las Mareas, así me llaman,
pisé cinco continentes y los recuerdos,
son lo que son y tengo en todos los puertos,
como escuché que hacían los marineros,
me aburro en la ciudad la vida es siempre igual,
si no estoy embarcada me pongo a navegar [...]
  
Víctor Manuel ("María de las mareas", del álbum "El hijo del ferroviario") 



Siempre que siento que empiezo a hacer mohines y a enfurruñarme, y noto las húmedas brumas de noviembre en mi espíritu; [...]  entonces es cuando comprendo que ha llegado el tiempo de hacerme a la mar tan pronto como pueda. 

Herman Melville (Moby Dick)






Al abrir la puerta percibió cómo el bochorno canicular, confinado en el apartamento durante su ausencia, le azotaba el rostro pugnando  por escapar de la estancia.

Lanzó al suelo el bolso,  el petate rebosante de ropa sucia y un montón de correspondencia comercial atrasada y se precipitó sobre el mando del aire acondicionado que conectó de inmediato.

Abrió el grifo de la cocina y, tras dejar correr el agua unos instantes, se sirvió varios vasos que bebió con avidez.

Pulsó la tecla del equipo de sonido y la música de de Aldo Romano - Ritual - se expandió por todos los rincones, proveniente de unos minúsculos altavoces ubicados en en las cuatro esquinas de la  sala. Siempre le resultaba inverosímil que un sonido de tal calidad y presencia se originara en aquellas pequeñas cajas negras.

Se dejó caer con pesadez y abatimiento en el sillón, y cerró los ojos tratando de relajarse. Al cabo de un rato, la transición hacia lo que pretendía sueño reparador se vio turbada por unas desasosegantes alucinaciones hipnagógicas, en las que las  imágenes de los parajes recorridos durante las pasadas semanas se contaminaban con la presencia espectral de un joven cubierto de harapos, víctima de una notable emaciación, que señalándola con el dedo profería gritos y frases amenazantes que le resultaban incomprensibles.

Súbitamente, presa de la angustia y de una sensación de asfixia inminente, abrió los ojos y se incorporó dando boqueadas con desesperación. 

Mientras intentaba normalizar  la respiración, la asaltó un maretazo de vacío, de inquietud  y de tedio. Un cansancio infinito, que hasta ayer le era desconocido, se adueñó de su voluntad. 

Sobreponiéndose se puso en pie, a grandes zancadas se dirigió al baño dejando un rastro de prendas por el pasillo, se introdujo en  la ducha, accionó el pulsador con furia, y apretando los dientes mientras contenía la respiración, recibió sobre su cuerpo destemplado el agua helada que, inesperadamente, le abriría un horizonte hasta ese momento sombrío y plano...

Había adoptado una decisión. 

Vestida con una vieja camiseta militar y un pantalón corto, al ritmo de los vigorizantes acordes de algunos temas escogidos de Dream Theater, afrontó las tareas de intendencia precisas para tener todo dispuesto al día siguiente.

Tomó el sobre de una carta del banco, lo rasgó en varios trozos y tras unos breves instantes de reflexión escribió, con una letra apresurada y menuda, una palabra en cada uno. Los arrugó formado bolitas y los introdujo en una bolsa que cerró, agitándola seguidamente. De la misma extrajo uno de los recortes y, presa de la emoción, lo desdobló lentamente con los ojos cerrados. Lo extendió sobre la mesa, abrió los párpados y tras comprobar la anotación, con una sonrisa anunciándose en sus labios, se dirigió al portátil...

Al finalizar la jornada, arropada por el saxo tenor de Karl Seglem, saboreando un último sorbo de poleo-menta "tocao" con anís,  la respiración acompasada, el pulso sereno, reclinó el sillón y se dispuso a descansar unas horas antes de partir. Lentamente la imagen enmarcada que presidía la pared principal se deshizo en leve bruma.




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